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Locuras balbució la abuela. Un campanillazo, un ademán de la abuela para asegurarse de que su peinado está como es debido, un dolor más fuerte en mi cabeza, y entró en el salón mi destino bajo la forma del señor Boulmet acompañado del señor Desmaroy.

Boulmet estaba radiante y, con una gracia antigua, solemnizada por cuarenta años de notariado, nos presentó al señor Desmaroy como un ferviente aficionado a antigüedades, lo que trajo a los labios de todos una leve sonrisa... Desmaroy, muy en su papel, no parecía cortado para un hombre en su caso, y se resignó con visible buen humor a ver todas las antigüedades posibles, incluso mi persona.

Cuento con su razón y con sus sentimientos para hacerle comprender que tiene algo mucho mejor que hacer que permanecer solterona... Evidentemente exclamó el señor Boulmet. Una joven tan bonita, tan inteligente, tan instruida... Una mujer superior... Señor Boulmet dije en tono de súplica, ofendida por unos cumplimientos que tomaba por una burla.

respondí mientras sentía en el corazón un agudo dolor, es el término para hablar de la muerte de las personas queridas... La esperanza, palabra de alegría y de dicha, se convierte en ciertas circunstancias en sinónima de tristeza y de luto... Boulmet hizo el gesto vago de un hombre que no puede cambiar nada de las cosas y siguió su relato sin que la abuela hubiese manifestado la menor emoción.

¿Qué le pasa a la chica de Gardier?... Hace un ruido... Es casi indecente... Es que se da importancia respondió la otra por lo bajo... Piense usted, querida, que el señor Boulmet, el notario, se está ocupando de casarla... ¿Hace mucho tiempo?

Poco a poco, el señor Desmaroy olvida su dulzura convencional. Su mirada es la de un comisario cuando inspecciona las cosas que le enseña Boulmet, el cual, correcto en extremo, se mata por presentar a su cliente todas las antigüedades de la abuela. Esto, señor mío, es del siglo XIII... Esto del XIV... Tal cosa data del reinado de Luis XIV... Tal otra es del más puro Enrique II...

Escribe dos letras a Francisca para excusarte respondió la abuela con su tranquila firmeza de los grandes días. Cuando la abuela se expresa así no hay más que obedecer, y así lo hice. A las dos en punto, el señor Boulmet, tieso y atildado como de costumbre, entró en el salón bajo la poco benévola mirada de Celestina, que sospecha evidentemente algo.

Semejante disposición huele a feminismo dijo la abuela pensando todavía en la conversación del cura con la de Ribert. ¡El feminismo!... ¡El feminismo en Aiglemont! exclamó con horror el Señor Boulmet.