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No hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo: -Pues mía fe, señor licenciado, el que hizo esa fazaña fue mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacía, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos. ¡Majadero! -dijo a esta sazón don Quijote-, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o están en aquella angustia, por sus culpas o por sus gracias; sólo le toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías.

Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo: -Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirán si quisieren, que querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.

Aunque no soy yo el peor presentado, poco hablasteis de mis muchas letras, y mucho de mis pocos donaires y bellaquerías. Hubierais de haber sido siquiera más imparcial y justo, no abultando lo malo o indiferente y disimulando lo bueno y lo mejor. ¿Por qué no escribisteis nada de mis glosas a Aristóteles, nada de mis traducciones de Horacio, nada de mis puros amores con Casilda de Ricarte?...

Como quiera que fuese, toda persona delicada y noblemente orgullosa no repara en las bajezas y bellaquerías del vulgo de los mortales y en la utilidad que proporcionan: no acepta jamás, sino en sentido irónico y de burla, la picaresca sentencia de la fábula: "Tómelo por su vida: considere Que otro lo comerá, si no lo quiere."

Mucho tiempo se había resistido su delicadeza, o lo que fuese, a emprender aquel camino subterráneo y traidor, pero ya no podía menos. Además «¡qué diablo! mayores bellaquerías había en la historia de sus aventuras».

La mía no me acusa de haber cometido en ningún tiempo bellaquerías como la de anoche. ¿Cuál? Ya lo sabe usted. Acabamos de oír a la señora de Rumblar añadió la estantigua enfureciéndose gradualmente . Digo y repito que es una gran bellaquería. Eso va con usted, Araceli. No, con usted, con usted, lord Gray.

EL siglo XIX pasó ya, y nos hallamos en el XX, de lo que debemos alegrarnos por haber pasado también la manía, que cundió entre los escritores, por todas partes y durante muchos años, de calificar de fin de siglo las bellaquerías y maldades.