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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Hay cafés casi cómodos, periódicos casi legibles, tiendas casi buenas, restaurants casi aceptables. Esto último le interesa a Sarrió vivamente. A Azorín debe también de interesarle. Los dos recorren las calles llevados de una curiosidad natural.
Azorín está ya casi convencido de todo lo que quieran convencerle; pero, sin embargo, acepta el libro. Este libro se titula El Deísmo refutado por sí mismo. El clérigo lo ha cogido del estante, lo ha sacudido golpeándolo contra la palma de la mano y se lo ha dado a Azorín. El cual lo ha tomado como quien toma algo importantísimo, y se ha quedado examinándolo por fuera gravemente.
He aquí lo que dice una de ellas, que Azorín ha leído en voz alta: «Ninguna de las dos cosas. Para una mujer de corazón, tan malo es lo uno como lo otro. He amado sin ser amada, y ahora soy amada sin corresponder, bien a pesar mío. Cuando tenía quince años me enamoré de un hombre que pasaba de los treinta, y él, como es natural, me consideraba una chiquilla.
Cuatro moscas le han sido puestas en la caja; cuando se encuentra con alguna, huye azorado. «Decididamente ha pensado Azorín , es muy niño aún este saltador para atreverse con una mosca.» Toda la tarde ha estado Pic sin tocarlas; a la mañana siguiente, cuando Azorín ha ido a ver qué tal había pasado Pic la noche, ha encontrado las cuatro moscas difuntas.
Esta Pepita, cuando mira, tiene en sus ojos algo así como unos vislumbres que fascinan. Yo no sé piensa Azorín lo que es esto; pero yo puedo asegurar que es algo extraordinario. Pepita le pregunta Azorín , ¿qué quisiera usted en el mundo? Pepita levanta los ojos al cielo; después saca la lengua y se moja los labios; después dice: Yo quisiera... yo quisiera...
El cielo se enrojece; brillan en el pueblo los puntos de las luces eléctricas; las sombras van borrando las casas y el campo. ¿Le parece a usted que nos marchemos? pregunta el clérigo. Sí, vámonos; es ya tarde contesta Azorín. En los pueblos sobran las horas, que son más largas que en ninguna otra parte, y, sin embargo, siempre es tarde. ¿Por qué? La vida se desliza monótona, lenta, siempre igual.
Es una cupulilla sostenida por cuatro columnas dóricas de piedra; en el centro, sobre una pequeña gradería, se levanta otra columna que sostiene una cruz de hierro forjado. Azorín y Sarrió se han sentado en este humilladero. Van a Elda. Y van a Elda porque Azorín ha de tomar el tren que por allí pasa. Azorín está triste; Sarrió también lo está un poco.
He aquí lo que mis ojos han leído: «UN CHUSCO: Anoche, en el teatro Español, un chusco trató de dar una broma a nuestro distinguido compañero en la prensa don Antonio Azorín. Representábase el segundo acto de Reinar después de morir, cuando de una de las butacas, situadas junto a la que ocupaba el señor Azorín, se levantó un sujeto y le abrazó, lanzando fuertes exclamaciones.
La tierra es intensamente roja; el cielo aparece diáfano entre el boscaje de las copas. Azorín y el clérigo pasean despacio. Casi no hablan. Todo está en silencio. A ratos llega el traqueteo de un carro, o se perciben los gritos de los muchachos que juegan a lo lejos. Y así en este paseo va llegando el crepúsculo.
Sí, Sarrió ha contestado Azorín ; yo me acordaré de usted cuando me coma estas uvas y siempre. Su recuerdo será en mi vida algo grato, algo imperecedero. Se han abrazado estrechamente. Adiós, Azorín. Adiós, Sarrió. Ha silbado la locomotora; el tren se ha puesto en marcha. A lo lejos, Sarrió agitaba en alto su sombrero de copa puntiaguda. En Petrel.
Palabra del Dia
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