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Actualizado: 28 de junio de 2025


De todas estas, Atila fué la que por entonces más agradó, poniéndose muy en boga su partitura en Sevilla, hasta el punto que no había tertulia más ó menos cursi, donde no fuera de rigor cantar algún trozo de Atila, por la joven romántica ó el enamorado galán.

En ausencia de la barbarie irruptora que desata sus hordas sobre los faros luminosos de la civilización, con heroica y a veces regeneradora grandeza, la alta cultura de las sociedades debe precaverse contra la obra mansa y disolvente de esas otras hordas pacíficas, acaso acicaladas; las hordas inevitables de la vulgaridad cuyo Atila podría personificarse en Mr.

Digan lo que quieran los señores marinos, para no será nunca Nelson otra cosa que un heróico y sublime devastador del Océano, como Drake un gran pirata, y Napoleon el Atila de la Europa, matador de la libertad.

Son los grandes mojones que el Criador coloca a trechos en la creación para recordarle su origen: por ellos se ha dicho sin duda que Dios ha hecho el hombre a su semejanza. ¡Sesostris, Alejandro, Augusto, Atila, Mahoma, Tamerlán, León X, Luis XIV, Napoleón! ¡Dioses en la tierra!

La entrada costaba tres reales, y las noches de estrenos de óperas ó de iluminación, llegaba á una peseta. Los Lombardos debieron gustar bastante al público, pues la ópera se representó, después del día de la inauguración, en cuantas noches hubo espectáculo hasta el 2 de Enero de 1848 y á la citada obra siguieron Sonámbula, Atila, Lucrecia Borgia, Hernani y Favorita.

Arriba, ciudadanos, Dando de ¡alarma! el grito Alzad vuestra bandera, Rodead el patrio altar, Antes que el nuevo Atila Pisando vuestras sienes Os haga á latigazos Del polvo levantar. De frente, infantería! La boca en el cartucho, La cara al enemigo, La mano en el fusil, Soldados, adelante, Rompamos esas filas: Quien caiga será grande, Quien huya será vil!

Inútil pretension; el escarnio que pretendieron arrojar sobre el catolicismo, patrono de las artes, se volvió de rechazo contra ellos. Desfigurando la catedral como lo han hecho, dejan atras á las tribus de Atila, que se prosternaban llenas de entusiasmo delante de las maravillas del arte arquitectónico-cristiano.

La fe es una grande y poderosa compañera. Por fin, la muchacha en cuestion deja su pueblo, su casa y su familia, buscando una familia, una casa y un pueblo más grande. Inútil es decir que los halló: el genio lo halla todo. Pasan algunos años. El rey de los Hunos, el azote de Dios, el formidable Atila, se dirige á Paris.

Todas aquellas ideas tristes y humillantes las había despertado en su espíritu el diablo del habilitado con aquella ojeada retrospectiva al año cuarenta. ¡La historia! ¡Oh!, la historia en las óperas era una cosa muy divertida... Semíramis, Nabucodonosor, Las Cruzadas, Atila... magnífico todo... pero las de Gumía, las de Castrillo... tanta muerte, tanta vergüenza, tanta dispersión y podredumbre... esto encogía el ánimo.

Esto gritaba aquella mujer, y luego corria, y volvia á gritar, y corria nuevamente, y en todas partes se encontraba. No hay medio posible: ó es una santa, ó una loca. Paris se detiene, cobra fe, prepara la defensa, espera al salvaje conquistador. Atila no tomó la ciudad. Despues de Atila viene Meroveo, y pone á Paris estrecho sitio.

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