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En un momento se vio a la partida proveerse de palos de escoba, cañas, varas, con esa rapidez puramente española, que no es otra cosa que el instinto de armarse; y sin saber cómo surgieron picudos gorros de papel con flotantes cenefas que arrebataba el viento, y aparecieron distintivos varios, hechos al arbitrio de cada uno.

Habrá de armarse el tal con un escudo De gran paciencia y grande sufrimiento; Pedir á Dios favor muy á menudo; Mostrar con un sagaz contentamiento Amor á cada cual, por torpe y rudo Que sea, procurando que su intento Con el divino sea regulado, Con que en el gobernar será acertado.

Faltaba aun mas: faltaba que anduviesen de pueblo en pueblo mendigando un asilo y no encontrasen por mucho tiempo un corazon sensible; faltaba que debiesen los mas regar con nueva sangre el pais en que pretendian fijar su residencia; faltaba que echados de este por un gobernador de Egipto, tuviesen que armarse en corso y piratear por los mares de la Grecia hasta haber dado con una isla poco menos que desierta, donde pudiesen levantar sin necesidad de lucha sus míseras tiendas de campaña; faltaba que perseguidos hasta en aquella isla por la mano del destino, se viesen obligados á rechazar por dos veces las fuerzas del imperio griego y á sucumbir por fin á una dura servidumbre.

Pedro Carvallo, aunque inhábil, era fuerte y menudeaba sus golpes con tanto brío, que los quites de Morsamor tenían que ser también muy violentos. En uno de estos quites, Morsamor dio de plano y con tanta fuerza en el brazo de su contrario, que le derribó por tierra la espada. Generosamente se contuvo Morsamor, para que el desarmado volviera a armarse.

La República americana se había lanzado á la lucha voluntariamente, sin que ningún peligro inmediato la amenazase, por un imperativo de su conciencia indignada ante los crímenes alemanes, por un deber de su grandeza y su fuerza democráticas. Antes de armarse, antes de intervenir en el choque europeo, cuando vivía en paciente neutralidad, por ella se ganaban los batallas.

Allí supimos que eran las del general Ligier-Belair, que iba en auxilio del destacamento de Santa Cruz de Mudela, sorprendido y derrotado el día anterior por los habitantes de esta villa. En la de Manzanares reinaba gran inquietud; y una vez que los franceses desaparecieron, ocupábanse todos en armarse para acudir a socorrer a los de Valdepeñas, punto donde se creía próximo un reñido combate.

Pero así que intentaban volver a su tierra, se oponían los habitantes, deseosos de que se guardase secreta la existencia de la «Isla de las Siete Ciudades». Unos que habían logrado regresar enseñaban arenas de aquellas playas, que eran de oro casi puro. Pero al armarse nuevas expediciones para ir a su descubrimiento, jamás acertaban éstas con el camino.

Sabía él que sólo el sentimentalismo podía darle la energía suficiente, o poco menos, para afrontar su «terrible» situación cara a cara con todos los suyos, o, mejor dicho, todos los de su mujer. , era preciso armarse de valor, ir al suplicio con el espíritu firme del desgraciado rey mártir. Para él era el suplicio la presencia de Emma y de Nepomuceno.

Antes que en contar lo que les quedaba pensaron en armarse, y si antes habían ido a la lucha los campesinos, siguiendo a los regimientos provinciales y las milicias urbanas, después del saqueo todas las clases de la sociedad se apercibieron para lo que más que la guerra era un ciego plan de exterminio, pues no se decía vamos a la guerra, sino a matar franceses.

La agitación y el estruendo de esta lucha penetraba en el claustro, rompían su silencio, llamaba a la puerta de su celda y le excitaba y le convidaba a armarse y a ir al combate. Se le antojaba a veces que resonaba en sus oídos como la trompeta del día del juicio y que le resucitaba de entre los muertos.