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Actualizado: 2 de mayo de 2025


El Delfín tocó en los cristales, diciendo: «Si no hay motivo para tanta bulla... Nena, nena negra, abre... Ten calma y no te sofoques... ¡Bah!, siempre eres así...». Pero de dentro de la alcoba no venía ninguna respuesta, ni una voz siquiera. Juan aplicó el oído, creyendo sentir sollozos... gemidos sofocados.

El número cuatro representó en un día el máximum de la numeración de los polinesianos, hasta que el nombre de la mano se aplicó á significar cinco. LIMÁ. cinco.

Aplicó el ojo al más cercano, que era bastante capaz, y lo que vio por allí, antes de reflexionar y de explicárselo, le llenó de susto. Imaginó que veía a Lucifer en persona, aunque vestido de campesino andaluz, con sombrero calañés, chaquetón, zahones y polainas.

Miré a Sarto. ¡Adelante! exclamó, y poniendo espuelas al caballo se lanzó al galope. Cuando volvimos a detenernos nada oímos, pero a poco se repitió el rumor. El coronel desmontó y aplicó el oído a tierra. Son dos dijo, y están a un cuarto de legua. Por fortuna el camino es tortuoso y la dirección del viento nos favorece.

Cogió un tubo acústico, sopló fuertemente y dijo en el portavoz: Campistrón, ven en seguida. Hay aquí unos señores que te van á contar cosas curiosas... Aplicó el aparato al oído, escuchó y dijo con vivacidad: Deja ese imbécil á tu ayudante y ven. Te digo que vale la pena. Que haga escalas mientras te espera.

Martita se había desmayado. Varias señoras se apresuraron a desatarle el corsé y a sacudirla fuertemente para que soltase el agua que había tragado. Después la extendieron en uno de los asientos de popa, y Ricardo, tomando un frasco de éter que don Máximo había traído, se lo aplicó a la nariz.

En Barcelona llamó su voz la atención de un maestro; se podía sacar partido de ella enseñándole música, lo que se llama música; se aplicó de veras al estudio, dejó por algunos años el teatro, vivió de no se sabe qué recursos, tal vez a costa del amor chocho; y se le vio de posada en posada, de fonda en fonda, despertando a los huéspedes con gárgaras de barítono que ensaya la voz y no deja dormir los músculos de una poderosa garganta.

Al final de él se paró ante una puerta y aplicó el oído. Dentro se oía una respiración tranquila y acompasada. Al cabo de buen rato alzó con la mano suavemente el pestillo, empujó la puerta y penetró silenciosamente en la estancia. Con los brazos extendidos hacia adelante, avanzó algunos pasos hasta tropezar con una cama. Quedó inmóvil otra vez, y con voz apagada dijo: Pedro... Pedro...

Y al mismo tiempo le aplicó en el brazo un soberano pellizco. Jacinto lo recibió con más gusto que si todos aquellos ángeles y serafines que veía cruzar radiantes le hubiesen besado en la mejilla. Pero aún estuvo algunos momentos sin poder articular una palabra. Al fin se les desató á ambos la lengua. Ella, vencida ya aquella vergüenza que la obligaba á parecer desdeñosa, mostró en seguida la travesura y alegría de su genio.

Al fin sorprendo a la enamorada pareja de este nido, me dije sonriendo; y con el corazón agitado y el paso cauteloso, me acerco a la verja revestida de una espesa cortina de madreselva y aplico el oído. Detrás del muro de verdura dos voces poco argentinas disputaban acaloradamente sobre el proyecto de conversión de la deuda. Más allá de la Castellana se tropieza con el Hipódromo.

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