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Actualizado: 5 de junio de 2025


Se imaginaba la escena de violencias y crueles tormentos que Elena iba a sufrir, y su imaginación estaba tan impresionada por aquel doloroso espectáculo, que permaneció inmóvil y como petrificada delante del castillo: Una voz que pronunciaba su nombre le hizo alzar la cabeza y le arrancó un grito de alegría.

En esa época, durante los calores del mes de junio, la presa no da gran trabajo; pero, en los primeros días de la primavera, y en el otoño, durante las grandes avenidas, cuando es preciso alzar las compuertas para dar paso a las aguas y a los carámbanos, sin que encuentren obstáculos, hay que poner un poco de atención y hay que apelar a todas las fuerzas para no verse arrastrado con las piezas de madera por el torbellino de las aguas.

D.ª Carolina sacudía la cabeza con ira cada vez que su yerno volvía la espalda. Al fin, una mañana en que Carlota estaba fuera de casa, la sagaz señora hizo una seña expresiva a su hija menor, y ésta se apresuró a levantarse y salir del gabinete. Quedaron solos suegra y yerno. Sin alzar la cabeza de la costura D.ª Carolina comenzó a hablar con voz un poco alterada.

No ignoran ustedes que los perdigones andan en bandadas y anidan juntos en el hueco de los surcos, para alzar el vuelo a la alarma más insignificante, desparramándose como los granos que arrojan a la tierra para que produzcan. Mi acompañamiento particular es alegre y numeroso y acampa en un llano junto a la linde de un gran bosque, donde tenemos buen botín y magníficos refugios a uno y otro lado.

13 Mas el publicano estando lejos no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho, diciendo: Dios, propicio a , pecador. 15 Y traían a él los niños para que los tocase; lo cual viendo los discípulos les reñían. 17 De cierto os digo, que cualquiera que no recibiere el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.

¡Muerta! dijo Maxi sin alzar la voz, pero con extraordinaria luz en los ojos . ¡Muerta!... De modo que yo me puedo volver a casar. Al decir esto, se insubordinaba; no quería ir por la acera, sino por el empedrado, dando manotadas y tropezando con algunos transeúntes. Juan Pablo le metió en un coche para llevarle a su casa.

Una casualidad providencial me hacía dueño de la situación. Aquellos cobardes no se atreverían conmigo más que con Ruperto; y en cuanto a éste, me bastaba alzar el brazo y de un disparo mandarlo al otro mundo a dar cuenta de sus crímenes. Ignoraba hasta mi presencia allí. Sin embargo, nada de eso hice. ¿Por qué? Nunca lo he sabido.

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían.

Feliz el que pueda del cándido velo Alzar el estremo que cubre la sien, Porque ese, olvidando las penas del suelo, La luz habrá visto del mágico Eden. Feliz el que pueda con él envolverse Y dar estasiado su espíritu á Dios, Y ver á la tierra de vista perderse, Cual ave que asciende con ala veloz.

Y la temblaban las piernas, balbuceaba y no se atrevía a alzar los ojos por no ver a su cuñado. A lo lejos sonaban chirridos de ruedas; voces prolongadas se llamaban a través de los campos, rasgando el silencioso ambiente del crepúsculo. Marieta miraba con ansiedad el camino. Nadie. Estaban solos ella y su cuñado.

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