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Actualizado: 27 de junio de 2025


La tierra uniforme, desnuda, intensamente roja, se aleja en inmensos cuadros labrados, en manchones verdes de sembradura; un suave altozano cierra el horizonte; una fachada blanca refulge al sol en la remota lejanía. Camino por las afueras, bordeando los interminables tapiales de tierra apisonada. Un viejo camina con su borrico, cargado con los cántaros, hacia la fuente. Buenos días le grito.

El bogotano tiene apego a su Altozano, por la atmósfera intelectual que allí se respira, porque allí encuentra mil oídos capaces de saborear una ocurrencia espiritual y de darle curso a los cuatro vientos.

A todo esto, como iban a buen paso ambos interlocutores, habían ya subido la cuesta y se hallaban en el altozano, a la entrada del lugar, donde están la iglesia parroquial y las primeras casas.

Ma. de Staël en Coppet, suspirando por el sucio arroyo de la rue du Bac o Frou-frou en Venecia, soñando con el bulevar, no son más desgraciados que el bogotano que la suerte aleja de su ciudad natal y sobre todo... del Altozano. La sociedad. Cordialidad. La primer comida. La juventud. Su corte intelectual. El "cachaco" bogotano. Las casas por fuera y por dentro. La vida social.

Fue el caso que no bien me vi sobre el camino real, se despertaron súbitamente mis mal dormidas inclinaciones mundanas; y escapándoseme la mirada y los pensamientos a lo largo del blanquísimo arrecife que corría paralelo a la costa y desaparecía en la curva de un altozano, empecé a considerar.

La elefantíasis. El Dr. Vargas. Las iglesias. Un cura colorista. El Capitolio. El pueblo es religioso. Las procesiones. El Altozano. Los políticos. Algunos nombres. La crónica social. La nostalgia del Altozano. La primera impresión que recibí de la ciudad de Bogotá, fue más curiosa que desagradable.

Es una de esas facilidades que asombran por su incansable actividad. Jamás un instante de reposo para el espíritu; cuando la pluma no está en movimiento, lo está la lengua. Sale del Congreso, donde ha hablado tres horas, continúa la perorata en el Altozano hasta que cae la noche, y luego a casa, a escribir hasta el alba. Y eso todos los días, desde hace largos años.

El soldado y la señora doña Tomasa, que también habían regalado al Alguacil, por más protestas que le hicieron entonces, no le pudieron poner en razón, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos dellos, que habían llegado al río y al Pasaje , que llaman, por donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y, tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano, calle Mayor de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galán se fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya, haciendo mil discursos con sus trecientos escudos, y el Cojuelo madrugó sin dormir, dejando al compañero en Triana, para espiar en Sevilla lo que pasaba acerca de las causas de los dos, revolviendo de paso dos o tres pendencias en el Arenal .

Palabra del Dia

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