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Actualizado: 9 de junio de 2025
Acudían de golpe á su memoria hechos olvidados, palabras en las que no había puesto atención, mil insignificancias que parecían removidas por las palabras del doctor. Tal vez estaba éste en lo cierto. Pepita no parecía tomar el amor con el mismo apasionamiento que él. Era un incidente que alegraba su vida dándole nuevos deseos, pero sin llegar á turbarla profundamente.
Para distraerse de tan hondas preocupaciones y quizás también con la esperanza de encontrar a Simón Princetot en Rosalinda, resolvió Francisco hacer una nueva visita a la señora Liénard. La perspectiva de pasar una hora o dos en compañía de la encantadora viuda le alegraba suavemente el corazón.
Esta perspectiva, ¿la entristecía o la alegraba?... Era difícil averiguarlo, porque su aspecto, adolecido, parecía poco sincero. ¿Acaso no estaba ella en su elemento cuando más fuertes se desencadenaban en la casona las tempestades familiares?...
Aquel campo abierto, aquella mancha de un verde claro, contrastando con el más negro de su cinturón selvático, espaciaba la vista y la alegraba. Aquel campo era la finca predilecta del capitán, su regocijo y sus amores. En cuanto ponía los pies en él sentía un extraño fresco en el cuerpo y el alma; se le disipaban inquietudes y penas. No se pasaba día alguno en que no le hiciese su visita.
Le habían llamado "coronel", y esto le alegraba, al darle una dignidad con la que jamás había soñado, y por el momento llegó á tomar su papel en serio. Examinó las cajas que contenían la dinamita, y dió algunas instrucciones á los hombres á sus órdenes.
Mas ahora el rosetón de luces que ardía en torno de la imagen alegraba un círculo muy ancho donde resaltaban las cabezas de las beatas que se colocaban en primera fila. Miguel acostumbraba a introducirse en la iglesia por la puerta de la sacristía, y desde ésta, sacando un poco la cabeza, veía toda la parte iluminada del templo.
En la tristeza de su destierro, una sola cosa alegraba el alma de la infeliz señora, y era que sus niños gozaban de inmejorable salud. Isabelita, cuyas desazones tenían siempre a su mamá muy sobre ascuas, no había sufrido, durante el verano, ninguno de aquellos trastornos espasmódicos que marchitaban su infancia.
Al leer esto el licenciado Sarmiento, le bailaron los ojos de alegría. Porque el licenciado Sarmiento era alcalde en cuerpo y en alma, y se alegraba de los delitos, como los médicos se alegran de las enfermedades, los clérigos de los entierros, y los sepultureros de los muertos. La alegría le hizo detenerse un momento, y luego prosiguió: «Un hombre ha sido asesinado á traición.
Y mientras tanto, la cabeza, hundida en el barro, soltaba toda su sangre por la profunda brecha y las aguas se teñían de rojo, siguiendo su manso curso con un murmullo plácido que alegraba el solemne silencio de la tarde. Barret permaneció plantado en el ribazo como un imbécil. ¡Cuánta sangre tenía el tío ladrón! La acequia, al enrojecerse, parecía más caudalosa.
Lo que no le había dicho era que él tenía mucho miedo; que así como se alegraba de ver rotas aquellas relaciones que iban a acabar con la poca salud que le quedaba y a dejarle en ridículo a los mismos ojos de Ana, le horrorizaba la idea de verse frente a frente de don Víctor con una espada o una pistola en la mano. La proposición primera de Frígilis la aceptó inmediatamente.
Palabra del Dia
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