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Actualizado: 29 de julio de 2025
No otra cosa se había propuesto el astuto aldeano. Quedaron las cosas a medida de su deseo. Andrés no fue más al molino por las tardes ni menos visitó la casa. Con esto parecían desatadas aquellas relaciones que juzgaba, no sin razón, como un obstáculo para el logro de sus fines.
Despavorido bajó a la cuadra, donde tiene su caballo, le puso la silla y se lanzó al camino, aquel camino aldeano de verdes orillas, que cruza por delante de la casona hidalga. Uno de esos caminos humildes, que guían a todas partes. Un poco más adelante, siguiendo por aquel camino humilde de verdes orillas, un paraje de álamos y de agua.
El huésped de don Silvestre, creyendo que las pretensiones del aldeano se reducían á pedirle alguna cantidad para reparar la avería, dispúsose desde luego á dársela bien cumplida; pero no quiso hacerlo sin que el aldeano se insinuase de alguna manera, temiendo herir su delicadeza. Y ¿qué es lo que usted pretende de mí? repuso con intención.
Dijo que le iba a romper la cabeza: que él era quien inducía a su hermano para que la maltratara; que buena boda iba a hacer si se casaba con aquel avaro que la mataría de hambre: que más le valía casarse con un aldeano y cuidar cabras en el monte, etc., etc.; un montón de razones proferidas con extraordinaria violencia.
Más bien parece la casuca de un aldeano, conociéndose únicamente su sagrado destino en la cruz que corona el tejadillo del pórtico. La impresión es de melancolía y humedad, el atrio herboso está a todas horas, aun a las meridianas, muy salpicado y como empapado de rocío.
Para el aldeano codicioso no hay ley moral, ni religión, ni nociones claras del bien; todo esto se resuelve en su alma con supersticiones y cálculos groseros, formando un todo inexplicable. Bajo el hipócrita candor, se esconde una aritmética parda que supera en agudeza y perspicacia a cuanto idearon los matemáticos más expertos.
A media noche, cuando los hornos estaban apagados y dormía Pedro, y dormía el amo, y nadie pensaba en comer, allá a dos leguas de Vetusta, en el río Celonio velaba un pobre aldeano tripulando miserable barca medio podrida y que hacía mucha agua.
Llegó pocos días después el aldeano con la urraca, blanca y negra como los Padres dominicos. «Ahora, a enseñarle el idioma más vulgar posible», se dijo Belarmino, no sin cierto desconsuelo y perplejidad, porque no se le ocurrían vulgaridades ni le tentaba ingeniarse en inventarlas.
Si con su sencillez de aldeano perdía la brújula á la superficie del mundo, ¿qué le sucedería surcándole por lo más hondo de sus tempestuosos senos?
No afecta vestir traje aldeano, ni se viste tampoco según la moda de las ciudades; mezcla ambos estilos en su vestir, de modo que parece una señora, pero una señora de lugar.
Palabra del Dia
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