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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Al fin de una de las calles de árboles, en sitio bastante lejano, nos encontramos á una jóven rubia, muy rubia, y de un cútis tan blanco y tan terso, que más que cútis parecia alabastro. Una mujer en la soledad, y especialmente entre árboles y flores, tiene un prestigio fascinador.

Si yo tuviese una diplomacía y una cortesania que no tengo que no quiero tener, es casi seguro que veria á la esposa de Napoleon, y que a través del alabastro de su semblante, divisaria las sombras que dan vueltas alrededor de su alma; porque, no hay duda, en ese cielo hay nubes.

Aquella bellísima fuente de lapislázuli y alabastro es la del Buen Suceso , adonde, como en pleito de acreedores, están los aguadores gallegos y coritos gozando de sus antelaciones para llenar de agua los cántaros.

En cambio, las manos de esta Pepita, que parecen casi diáfanas como el alabastro, si bien con leves tintas rosadas, donde cree uno ver circular la sangre pura y sutil, que da a sus venas un ligero viso azul; estas manos, digo, de dedos afilados y de sin par corrección de dibujo, parecen el símbolo del imperio mágico, del dominio misterioso que tiene y ejerce el espíritu humano, sin fuerza material, sobre todas las cosas visibles que han sido inmediatamente creadas por Dios y que por medio del hombre Dios completa y mejora.

No hizo poco sin embargo, pues ademas de lo indicado, para que no se gravase la Fábrica y continuase la obra, ofreció dar cada año seis mil maravedís para los cantores que hasta entonces se habian pagado de los fondos de aquella; adelantó ademas la construccion del muro del coro, demoliendo la capilla del obispo D. Fernando de Mesa que la impedia, y fabricó en el mismo muro por la parte de afuera un gran mausoleo de alabastro con cinco nichos para los cuerpos de los cinco obispos enterrados en dicha capilla.

Y el buen don Esteban, pequeño, rechoncho y miope, sentía en su interior un alma de héroe nacido demasiado tarde al pisar las seculares losas del templo de los Hospitalarios. Las otras iglesias enormes y ricas le parecían monumentos de insípida vulgaridad, con sus fulguraciones de oro, sus escarolados de alabastro y sus columnas de jaspe.

Volvió luego a recorrer los salones, donde reinaba siempre la misma misteriosa soledad y donde el más profundo silencio parecía tener su morada, y llegó a una alcoba lindísima, en la cual sólo dos o tres luces, encerradas y amortecidas en vasos de alabastro, derramaban una claridad indecisa y voluptuosa, que estaba convidando al reposo y al sueño.

El oficial bebió, y fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con una exaltación creciente: ¡Miradla!... ¡miradla!... ¿No veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes?... ¿No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un flúido de luz de color de rosa?... ¿Queréis más vida?... ¿Queréis más realidad?...

Encontraba tan inexplicable seducción en sus rasgados ojos aterciopelados, en su gravedad majestuosa, en el contraste adorable de sus cabellos negros con el alabastro de su rostro, que no concebía cómo pudiera aborrecerse á un ser tan bello. El goce de verla, de escuchar su voz, de despertar tal vez que otra una fugaz sonrisa de complacencia en su semblante le retenía á su lado.

Entrándose en la ciudad los dos a buen paso y guiando el Cojuelo, la barba sobre el hombro , fueron hilvanando calles, y, llegando a una plazuela, reparó don Cleofás en un edificio sumptuoso de unas casas que tenían una portada ostentosa de alabastro y unos corredores dilatados de la misma piedra.

Palabra del Dia

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