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Actualizado: 22 de junio de 2025
Al regreso de los dos primeros viajes fué á esperarle en el muelle, buscando con la vista su gorra de galón de oro y su levita azul entre los pasajeros trasatlánticos que se agitaban en las cubiertas con la alegría de la llegada á Europa. En el viaje siguiente, doña Cristina la obligó á quedarse en casa, temiendo que la emoción y las aglomeraciones del puerto perjudicasen su próxima maternidad.
Ahora, para mostrar a Quiroga saliendo ya de su provincia y proclamando un principio, una idea, y llevándola a todas partes en la punta de las lanzas, necesito también trazar la carta geográfica de las ideas y de los intereses que se agitaban en las ciudades.
Aunque experimentando cierta repugnancia a dirigirle determinadas preguntas, Delaberge sentíase mortificado por una imperiosa curiosidad. A la prisa que antes había sentido para alejarse, sucedió un ansioso deseo de esclarecer las sospechas que desde hacía algunos días se agitaban en su cerebro.
Pocas horas después, Luis, Justa y Soledad agitaban los pañuelos en el andén de la estación, mientras la pareja feliz les saludaba con los suyos asomada a la ventanilla del sleeping, lecho con ruedas, tálamo ambulante, símbolo acaso sobrado casto para quien tal idea tenía del amor.
Desde que estoy encantada con la adquisición, esto no constituye más que un detalle, pero que no me disgustaría saber... Decid, señor cura, si lo sabéis, decidme el precio. Un precio enorme respondió el cura, pues se agitaban muchas esperanzas y ambiciones en torno de Longueval. ¡Un precio enorme! me asustáis... ¿Cuánto, exactamente? ¡Tres millones!
La juventud de la villa tuvo fuerzas para arrollar las ruines pasiones que agitaban los pechos de sus papás, y entró en aquel solitario salón como un torrente desbordado, haciéndolo resonar con sus risas y pláticas, con chillidos horrísonos: Alvaro, ¿me conoces? ¿me conoces? ¿Por qué no te casas? Mira que ya vas caminando para Villavieja.
Las dos señoras agitaban sus pañuelos, sonreían á los soldados, les enviaban palabras de saludo. Muchos permanecían inmóviles, mirándolas con ojos de fiera adormecida. Llevaban cuatro años de ovaciones, conocían la realidad, la terrible realidad que existe detrás de ellas. Otros, más jóvenes ó más ardorosos, despertaban á la vista de estas dos mujeres elegantes.
A un lado estaban la soledad, el egoísmo indiferente de todo lo que se siente morir, la puerta del templo cerrada para siempre; al otro lado bullían y se agitaban los símbolos del porvenir, de la esperanza y de la vida. La Iglesia es como esas queridas desdeñosas que nunca vuelven a recibir entre sus brazos al que una vez se aparta de ellas. Lázaro se volvió pensativo a la posada.
Entonces, de la encendida y húmeda lengua del perro caía gota a gota ese sudor interno que, no encontrando paso por los cerrados poros de la piel, se exhala por la boca. El pobre animal parecía muy cansado y sus lijares se agitaban con precipitada respiración. Luego emprendía de nuevo su marcha por aquel largo camino solitario y abrasado. De pronto se detuvo.
Ante el Cristo muerto había que aclamar el triunfo de la Vida. El cadáver inmenso aun pesaba sobre la tierra, pero las muchedumbres engañadas se agitaban ya, dispuestas a sepultarle. Por todos lados se oían los vagidos del mundo nuevo que acababa de nacer.
Palabra del Dia
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