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»DON LUIS. Ruegoos detēgais la vuestra en igual proposito. Assi advertis las circunstancias, como si del todo estuvierades cierto de mi gusto. Sabed, que es diferente del que suponeis, porque de ninguna forma determino sea de Santo la que escriviere. Y si bien carecera del arte terenciana, porque la ignoro, con todo quisiera no se hallara tan distante de lo verisimil y propio, como es anteponer la historia á la fabula, alma de la comedia. Puedē pues caer los avisos sobre igual assunto, ahorrando los q

Yo digo que no conviene Pedirme lo que pedís, Porque muy poco advertís El peligro que contiene. Qué peligro puede haver, Queriéndolo tu señora? La ofensa, que siendo mora A Mahoma viene á hacer. Dexame ya con Mahoma, Que agora no es mi señor, Porque soy sierva de amor, Que el alma sujeta y doma. Echa ya el pecho por tierra, Y levantate á mi cielo. Señora, tengo un recelo Que me consume y atierra.

"No creais, decia á los Padres, que inmediatamente os han de llevar con cadenas y grillos á las ciudades de los españoles, para que seais esclavos de ellos: ¿por ventura no advertis que os atraen con sus halagos á este fin?" El cura se habia ido á un pueblo vecino al rio. Habia llegado otro sacerdote, que no estaba bien impuesto en la lengua, con motivo de confesar á un indio herido de un tigre.

Esto es asombroso; esto no se cree antes de pensar y de ver con cuidado lo que sucede; pero sucede realmente; es una verdad; una verdad que anda por todo el mundo; una verdad que reconstruye, por decirlo así, el sistema de todos los pueblos, aun el de aquellos pueblos que muestran más tenacidad en hacer del tiempo presente un centinela del tiempo pasado. ¿No veis movimiento en la India, en el mismo Japon, aun en el propio imperio Chino? ¿No veis que ese Japon abre sus puertos á las naves de ciertas naciones, profanando el misterio tradicional que la religion atribuye al legado de Sinto, á su oculto y divino Diari? ¿No veis agitarse la atmósfera en la China, en ese vastísimo imperio, en ese inmenso hogar de centenares de millones de criaturas? ¿No advertís como cierto vaiven, cierta oleada, en el ambiente de ese pueblo, convertido, hace miles y miles de años, en un guardian que contempla con ojos desencajados la urna veneranda de sus tradiciones? ¿No hallais algo extraño, sumamente extraño, en esa China, en esa segunda humanidad, en esos hombres cubiertos de polvo; el polvo que ha debido dejar detrás de la pisada autómata de tantos siglos?