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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Cansados y agobiados por la alta temperatura, llegamos a las primeras horas de la noche a una pequeña estación, de cuyo nombre indígena no quiero acordarme, y en donde nos esperaba el Administrador de la hacienda y varios mozos, con sendas caballerías.
Pero, ante todo, usted deberá acordarme que ese hombre, al cual no concede usted otras facultades que las del odio y del mal, había vuelto a amar a la Condesa y sufría al saber que había perdido su afecto. ¿Pero la Condesa era ya de usted? Correspondía a la pasión que usted tenía por ella. ¿Querría dejar al Príncipe e irse con usted? ¡No, al contrario!
«Las páginas ardieron pensó con dolor Krilov ; pero puedo acordarme de su contenido. Lo escrito en ellas existe; sólo necesito recordarlo.» Y lo intentó, sin encontrar en su memoria sino detalles insignificantes: la forma de las páginas arrancadas, la escritura, hasta los puntos y las comas. Lo esencial, lo principal, se había perdido para siempre y no resucitaría ya.
Para llevar a cabo este propósito, lo primero que se me ocurrió fue no acordarme más de Teresa, ni pasar siquiera por su calle, aunque fuese camino obligado: después, abreviar cuanto pudiese los asuntos. Según mis cálculos quedaría libre a los cinco o seis días.
A los hijos del carnicero sucederia lo que hoy sucede á muchos hijos de la historia, á muchos hijos de Pelayo que yo conozco, y de quienes no quisiera acordarme, como no se queria acordar nuestro Cervantes del lugar de la Mancha. ¿Qué era el feudalismo, la gerarquía de los señores, sino la holganza convertida en virtud suprema, en una especie de cánon sagrado?
¿Y se sabe por fin si la sueca es hija o mujer de ese barón de... de... nunca puedo acordarme de su nombre... vamos, de ese viejo que anda con ella? interrogó la condesa, entrando por fin en la corriente de curiosidad que la arrastraba, a pesar de su digna actitud.
Cuando entro en mi casa y veo al portero en su cuartito bajo, comiéndose unas sopas de ajo con la portera, ¡me da una envidia...! Quisiera mandarle a mi principal y quedarme yo en la portería, aunque tuviera que barrer el portal todas las mañanas, limpiar los metales y lavar la escalera de arriba abajo... Si es lo que digo, me vendría bien encerrarme en un convento y no acordarme más del mundo.
Para tenerlo guardado siempre como una reliquia en un cofrecito de cristal y ponerlo al lado de mi cama; para sacarlo cuando me vaya á acostar y acordarme de ti y darle un millón de besos... ¡Calla, calla! exclamó la niña sonriendo ruborizada. El diez y seis; el treinta y nueve; el setenta pelado, y revuelvo. ¡Jesús, qué setenta interrumpió D.ª Demetria; ni una sola vez deja de salir!
Cada vez que en mis largos viajes de ferrocarril, cuando después de veinte o treinta horas de inmovilidad, no se tiene ya postura, entra en mi espíritu aquel mal humor que todos conocen, no tengo más que acordarme de la mula... para sentirme fresco, alegre y dispuesto. La que yo llevaba en ese momento era detestable, reacia, lerda, con una cojera endemoniada.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.
Palabra del Dia
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