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Actualizado: 21 de septiembre de 2025
Que el dicho Roxas, aunque fué pobre de Buenos Aires, con dinero que heredó de un hijo suyo en Sevilla, habia comprado armas con que armar una compañía de soldados de á caballo para el dicho descubrimiento, y las volvió á vender.
Temían a las oficinas de inmigración de Buenos Aires, prontas a rechazar las gentes enfermas o de contagiosa suciedad, obligando al buque a repatriarlas gratuitamente. En los «latinos» de proa verificábanse iguales transformaciones. Las comadres de Nápoles y de Castilla abrían sus arcas para extraer sayas y corpiños.
-Ya he dicho -respondió la Trifaldi- que con la clavija, que, volviéndola a una parte o a otra, el caballero que va encima le hace caminar como quiere, o ya por los aires, o ya rastreando y casi barriendo la tierra, o por el medio, que es el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas.
Las atrocidades de que era teatro sangriento Buenos Aires habían, por otra parte, hecho huir a la campaña a una inmensa multitud de ciudadanos, que, mezclándose con los gauchos, iban obrando lentamente una fusión radical entre los hombres del campo y los de la ciudad; la común desgracia los reunía; unos y otros execraban aquel monstruo sediento de sangre y de crímenes, ligándolos para siempre en un voto común.
No me empeño en justificarlo; pero me inclino á que es cierto lo principal, de haber tal ciudad de españoles, mas hácia Buenos Aires, ó el estrecho de Magallanes, y lo fundo en las razones siguientes.
Porque, naturalmente, cuanto más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritable era su humor con los monstruos. ¡Que salgan, María! ¡Echelos! ¡Echelos, le digo! Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco. Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fué a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas.
A todo esto había principiado á amanecer; visto lo cual, nos trasladamos al andén de la Estación, prefiriendo helarnos al aire libre viendo los rosicleres de la aurora, á los aires colados y á las crecientes vulgaridades del cafetín. El andén de la estación estaba tan silencioso como solitario.
Imaginémonos ¡qué cosa más horrorosa sería una revolución hoy, entre toda esta gente difrazada con nuestros trajes modernos, imposible de evocar trágicamente con aires de ópera!
El general Rosas, dicen, conoce por el gusto el pasto de cada estancia del sur de Buenos Aires.
Falleció en Buenos Aires, el 23 de Agosto de 1903. No abrigo la esperanza de que mis recuerdos lleguen a constituir un libro interesante; los he escrito en mis ratos de ocio y no tengo pretensiones de filósofo, ni de literato.
Palabra del Dia
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