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De distancia en distancia, en donde los habitantes no dormían, ya un estrecho rayo de luz se filtraba por las cerraduras o salía por las gateras y titilaba como una raya roja a través de la fría blancura de la noche.

Así estuvo mucho tiempo, frente al Océano, que titilaba bajo el resplandor del sol, gozando de la sombra de la cubierta, incorporándose y llevando una mano a su gorra cada vez que aparecía un nuevo paseante. Todos eran hombres y caminaban apresuradamente, dando la vuelta al castillo central, con la preocupación de combatir el engruesamiento de la vida sedentaria.

Y fue que apenas abocado a la puerta del balcón detrás de las mujeres, vi que, surgiendo de las tinieblas, iban apareciendo como fantasmas y coronando la altura del pedregal, dos filas de bultos negros, junto a muchos de los cuales titilaba oscilando una lucecilla triste y acobardada, como si ardiera detrás de los cristalejos de un faroluco roñoso.

El sapo había repetido centenares de veces sus eternas notas románticas. La luna alcanzaba ya el medio de la esfera y flotaba como una isla de oro entre los pliegues del viento. El lago titilaba bajo su blanda caricia, y la figura triste y dolorida del mayordomo aún seguía inmóvil al pie de la orilla con los brazos cruzados y los ojos hundidos en el oscuro seno del agua. Epílogo innecesario.

Vea me dijo dicen que aquella estrella es la estrella del amor... agregó señalando a Venus que titilaba como un diamante suspendido en el cielo. ¿Quién se lo ha dicho a usted? ¿don Camilo?... le pregunté. ¡Ja, ja! con qué tono me lo pregunta usted... ¿Cree usted que don Camilo tiene tiempo para fijarse en el cielo?... ¡Cómo no! ¿No se ha fijado en usted?