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Cada especie tiene su fisonomía especial, sus costumbres propias y su manera de ejecutar un trabajo, por más que todas tengan siempre un punto de contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario de mismo.

La gloria de un punguista es serlo y que nadie pueda probárselo: su orgullo es poder decir en la policía: ¡Busque, señor, en los libros!... ¡Yo no tengo ninguna condena! ¡Gracias a Dios, no soy ladrón! Y luego, su frase la repite con aire modesto a cuanto individuo investido de autoridad encuentra a mano, pegándole a modo de coeficiente: "así le dije el otro día al señor don Fulano".

Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestos frecuentes, los días sin comida, las condenas por cincuenta centavos. Sin embargo, un punguista podrá robar, jugar y poseer todos los vicios, pero nunca se embriagará ni llevará vida de perro. Mira el mundo a través de los placeres que no embrutecen, y vive lo mejor que puede.

El punguista como en lenguaje de ladrones se llaman los pick-pockets, o sea, hablando en español, los limpiadores de bolsillos es el más artista de todos los ladrones, y mira con cierto desdén a sus congéneres, a los cuales desprecia soberanamente..., tanto como puede despreciarlos un hombre honrado.

Tengo malos antecedentes, es cierto, pero eso no hace al caso..., ¡el decir adiós no es dirse! ¡Estos practicantes llegan a ser unos doctores que dan miedo, y no pasa mucho tiempo sin que den vuelta y raya a su maestro! El punguista, cuando camina, jamás lo hace llevando al lado a sus compañeros.

El estafador, como el punguista, nunca camina solo. Siempre lleva a la distancia un compañero que le sirve para cualquier papel que sea necesario desempeñar. Sus útiles de trabajo son simples: consisten sólo en un diario doblado, al cual le llaman el toco mischo el montón pobre o el balurdo, y en algunos cobres.