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Se golpeaba el pecho y luego le señalaba á él. «Franzosen... gran amigo de Franzosen.» Y sonreía á su protector. Permaneció en su castillo hasta la mañana siguiente. Vió la inesperada salida de Georgette y su madre de las profundidades del pabellón arruinado. Lloraban al contemplar los uniformes franceses. Esto no podía seguir gimió la viuda . ¡Dios no muere!

Dice cosas muy graciosas de los franceses apuntó el intérprete en voz baja . Pero no son ofensivas. Julio había adivinado algo de esto al oir repetidas veces la palabra franzosen.

Contrajo sus párpados para ver mejor, y al fin, junto al borde de una nube, distinguió una especie de mosquito que brillaba herido por el sol. En los breves intervalos de silencio se oía el zumbido, tenue y lejano, denunciador de su presencia. Los oficiales movieron la cabeza: «FranzosenDesnoyers creyó lo mismo. No podía imaginarse las dos cruces negras en el interior de sus alas.

Se daba cuenta aproximadamente de lo que decía el orador: «Franzosen, niños grandes, alegres, graciosos, imprevisores. ¡Las cosas que podrían hacer juntos los alemanes y ellos, si olvidaban los rencores del pasadoLos oyentes germanos ya no reían. El consejero renunciaba á su ironía, una ironía grandiosa, aplastante, de muchas toneladas de peso, enorme como el buque.

Parecía un perro bueno, un perro humilde que acaricia á un transeunte para que le lleve con él. «Franzosen... FranzosenNo sabía decir más, pero se adivinaba en sus palabras el deseo de hacer comprender que había sentido siempre gran simpatía por los franceses.