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Fué ella la que habló, entre exclamaciones de dolor... Georgette estaba en el pabellón: había huído horrorizada del castillo al marcharse los invasores. Estos la habían guardado en su poder hasta el último momento. Señor, no la vea... Tiembla y llora al pensar que usted puede hablarle luego de lo ocurrido. Está loca; quiere morir. ¡Ay, mi hija!... ¿Y no habrá quien castigue á esos monstruos?...

El resto lo había dejado para ella y su hija. Un tormento igual al del hambre representó para él la desesperación de Georgette. Al verle pretendía escapar, avergonzada. ¡Que no me vea el señor! gemía, ocultando el rostro. Y el señor, siempre que entraba en el pabellón, evitaba aproximarse á ella, como si su presencia le hiciese sentir más intensamente el recuerdo del ultraje.

Los racimos repletos, próximos á la madurez, asomaban entre las hojas sus triángulos granulados. ¡Ay, quién recogería esta riqueza!... Por la tarde notó un movimiento extraordinario en el pueblo. Georgette, la hija del conserje, trajo la noticia de que empezaban á pasar por la calle principal automóviles enormes, muchos automóviles, y soldados franceses, muchos soldados.

Cerca de él, en el mismo piso, una puerta se había rajado con sordo crujido, no pudiendo resistir varios empujones formidables. Sonaron gritos de mujer, llantos, súplicas desesperadas, ruido de lucha, pasos vacilantes, choques de cuerpos contra las paredes. Tuvo el presentimiento de que era Georgette la que gritaba y se defendía.

La tenía oculta, pero seguía con inquietud las idas y venidas de algunos de estos hombres enfurecidos por el alcohol. De todos, el más temible era aquel jefe que acariciaba paternalmente á Georgette. El miedo por la seguridad de su hija le hizo marcharse después de lanzar nuevos lamentos. Dios no se acuerda del mundo... ¡Ay, qué será de nosotros! Ahora permaneció desvelado don Marcelo.

PATATAS "GEORGETTE". Patatas holandesas iguales y de buena forma se asan al horno. Se les hace una abertura, se vacían y se rellenan de colas de cangrejo y mayonesa. PATATAS A LA "DIETRICH". Como las anteriores, se vacían, reservando la capa.

Se golpeaba el pecho y luego le señalaba á él. «Franzosen... gran amigo de Franzosen.» Y sonreía á su protector. Permaneció en su castillo hasta la mañana siguiente. Vió la inesperada salida de Georgette y su madre de las profundidades del pabellón arruinado. Lloraban al contemplar los uniformes franceses. Esto no podía seguir gimió la viuda . ¡Dios no muere!

Vió cómo levantaba la cabeza cada vez que pasaba Georgette, la hija del conserje, siguiéndola con los ojos. ¡Pobre padre!... Indudablemente se acordaba de las dos señoritas que vivían en Alemania con el pensamiento ocupado por los peligros de la guerra. El también se acordaba de Chichí, temiendo no verla más.