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Alicia no insistió, encontrando muy justa la observación. La rusa de Niza era vieja y horrible comparada con ella. Además, le parecía regular y lógico que todos los huéspedes se enamorasen de su persona. «La Generala» le había sugerido otro proyecto. Podía instalar en Monte-Carlo una casa de , muy elegante. El atractivo de verla á ella en el mostrador haría correr á la gente.

Pero, además, se empeñaba en que todas las mujeres se enamorasen de él, en ser hombre chistoso ó «de buena sombra», como allí se dice, en cantar, tocar la guitarra y bailar como nadie, en jugar á los naipes y al billar mejor que ninguno, en quedar fresco después de haber bebido algunas botellas de manzanilla, mientras los demás rodaban por el suelo borrachos.

Ya hemos visto lo sensible que era doña Beatriz a que de ella se enamorasen. Primero, agradeció. Después luchó contra el recuerdo de don Braulio una naciente inclinación. Por último, la pobre doña Beatriz no era de bronce; pasados más de los dos años, el amor nuevo venció los recuerdos del amor antiguo.

La casualidad, o la Providencia, que acaso sean hermanas sin saberlo, hizo que la duquesita y Manuela se enamorasen y casaran casi al mismo tiempo, hacía mil ochocientos setenta y tantos. Sin duda el amor, que no distingue de jerarquías ni clases, les rozó simultáneamente con sus alas. Algo así debió de suceder, porque ambas fueron madres con diferencia de unas cuantas horas.

Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo''. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos.