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Hícele cuartos y dile por sepultura los caminos. Dios sabe lo que a me pesa de verle en ellos haciendo mesa franca a los grajos, pero yo entiendo que los pasteleros de esta tierra nos consolarán, acomodándole en los de a cuatro.

Pero los discípulos que estaban con el rey pudieron más; y el rey les mandó hacer pagodas de muchas torres, donde ponían a Buda de dios en el altar, y los discípulos se mandaron hacer túnicas de seda y mantos con mucho oro y bonetes de picos, y a los discípulos más famosos los fueron enterrando en las pagodas, con sus estatuas sobre la sepultura, y les encendían luces de día y de noche, y la gente iba a arrodillarse delante de ellos, para que les consolaran las penas que da el mundo, y les dieran lo que deseaban tener en la tierra, y los recomendaran a Buda en la hora de morir.

21 Por lo cual así dijo el Señor DIOS: ¿Cuánto más, si mis cuatro malos juicios, espada, y hambre, y mala bestia, y pestilencia, enviare contra Jerusalén, para talar de ella hombres y bestias? 23 Y os consolarán cuando viereis su camino y sus hechos, y conoceréis que no sin causa hice todo lo que habré hecho en ella, dijo el Señor DIOS. 1 Y vino Palabra del SE

De todas suertes, la prosperidad y el agradecimiento de los buenos te consolarán de la ingratitud de los que no lo son tanto; porque malos, propiamente, yo no los conozco aquí: la verdad sea dicha.

He sentido también la misma emoción de gozo que experimenté y quedó encerrada dentro del corazón, cuando me hizo, por fin, interrogar por su hermana para saber si consentía yo en que me demandase en matrimonio; después, nuestra primera entrevista delante de su hermana, nuestros paseos por los alrededores del colegio en compañía de las canonesas de más edad, la demanda y los grandes obstáculos de la familia, y las muchas lágrimas vertidas durante los tres años de incertidumbres, mientras rogaba a Dios, para obtener el milagro del consentimiento de su familia, que llegó a parecerme imposible; en fin, los años de dicha y de ventura, en la humilde soledad de Milly, tan humilde entonces como actualmente; mi desesperación cuando, apenas casados, él, sacrificándolo todo, incluso a , corrió desesperado a París para cumplir su deber de simple voluntario de la Casa Real, durante el célebre 10 de Agosto; la protección divina que le hizo escapar del jardín de las Tullerías cubierto de sangre; su huida, su vuelta aquí, su encarcelamiento, mis inquietudes por su vida, mis visitas a las rejas de su cárcel, donde yo le llevaba nuestro hijo para que le abrazara al través de los hierros, mis excursiones con mi hijo en brazos por toda la ciudad, tanto en Dijón como en Lyón, para enternecer a los severos representantes del pueblo, donde una sola palabra pronunciada por ellos podía ser para la vida o la muerte; la caída de Robespierre, la vuelta a Milly, el nacimiento sucesivo de mis siete hijos, su educación, sus casamientos y la desaparición de la tierra de aquellos dos ángeles, de que los otros... ¡ah! no me consolarán jamás.