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Las mujeres llenaban todo el centro de la nave: había tantas que estaban apiñadas, molestas, dejando oír continuamente el chocar de las sillas, el crujido de las sedas y el aleteo de los abanicos. No iban vestidas de trapillo, como salen a las primeras misas, sino lujosamente ataviadas, cual si para ir a la casa de Dios les hubiesen servido la vanidad y la tentación de doncellas consejeras.

El jesuíta la comparó en una reunión de señoras con las mujeres fuertes de la Biblia y con un sinnúmero de santas, todas princesas ó consejeras de reyes. «Con señoras tan valerosas, pronto volverá el reinado de Jesús sobre la tierraUrquiola era otro panegirista que en las reuniones de jóvenes católicos ensalzaba, entre risas, la gran treta que su tía había jugado á aquel marido gigantón con cara de vinagre.

Sin pensar en destronarle y conservándole las señales exteriores del respeto conyugal más completo, quieren ser amigas, consejeras, confidentes, y no simples criadas solamente admitidas al honor de remendar los calcetines del señor o de presidir al buen orden de las comidas.

No sabía, pero como yo no quiero las mujeres para consejeras ni bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lo mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca o con un libro, procúrolas de buenas partes para el arte de las ofensas; que cuando sea boba, harto sabe si me sabe bien. Esto me consoló.