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Para Nieves, la garrulidad de Rufita era de una novedad asombrosa: estaba como fascinada escuchándola; pero más fascinada todavía viendo la multitud de cosas que movía a un tiempo: la lengua, la cabeza, los ojos, el abanico, la sombrilla, los pies y las asentaderas.

Ellos se acercaban serios y graves, nos daban la mano a y a otros convidados desconocidos que estábamos como en asamblea, con el brazo rígido como si fueran a pegar una puñalada o a asigurar un ñudo, murmuraban algo que no se entendía y luego se sentaban en rueda, con toda simetría, tratando, a fuer de bien criados, de colocar los pequeños bancos de una cuarta de alto y formados por un trozo de madera pulido por el uso y las asentaderas, y con las cabeceras llenas de pequeños cortes producidos por el cuchillo al picar el naco, de modo a no dar la espalda a nadie.

ó con alguno de los modernos otra frase equivalente en menos rancio castellano, cuando llegaba el impertinente tábano, que le hacía girar como las aspas de un molino para defenderse de sus iras, ó cantaba á su lado la chicharra, ó se punzaba las asentaderas con alguna zarza traidora, ó caía una lagartija sobre la más sentimental y pastoril de las estrofas de su libro.

Cada uno recibe trescientos azotes y la orden de retirarse a sus casas cruzando la ciudad desnudos completamente, las manos puestas en la cabeza y las asentaderas chorreando sangre; soldados armados van a la distancia para hacer que la orden se ejecute puntualmente. ¿Y queréis saber lo que es la naturaleza humana cuando la infamia está entronizada y no hay a quién apelar en la tierra contra los verdugos?

De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los talones desnudos en las asentaderas: Yo voy á comer torrejas ... ¡anda! Y yo tamién contesta el otro con idéntica mímica. Pero las mías tendrán miel. Y las mías azúcara, que es mejor. Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello.... Y mi padre trijo ayer dos basallones ... ¡más grandes!...

Dios es Dios, que te vendimie de camino». Había confesado este, y era tan maldito que traíamos todos con carlancas, como mastines, las traseras, y no había quien se osase ventosear, de miedo de acordarle dónde tenía las asentaderas. Este hacía amistad con otro que llamaban Robledo y por otro nombre el Trepado.

Veinte años hace que Espartero y Cabrera inmortalizaron con sus asentaderas esas rústicas silletas de una choza, y todavía España está esperando la libertad y el gobierno sinceramente constitucional que debieron surgir del famoso convenio de Vergara.