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Pasmado estoy de que un hombre como yo, jamás inclinado a fantasías ni figuraciones, haya estado por tanto tiempo... y a propósito de tiempo.... ¿en qué día vivimos? Vuelvo del país de la necedad, donde no rigen almanaques. Salvador le dijo la fecha, y Navarro prosiguió: No se han borrado de mi mente estos días tristes, pero la noción que tengo de ellos es muy oscura.

Una de las muchachas bajó a la cueva, y en el mismo instante otras personas entraron en la taberna: un vendedor de almanaques de las cercanías de Estrasburgo, un guía de Sarrebrück, que iba de blusa, y dos o tres vecinos de Mutzig, de Wisch y de Schirmeck, que huían con sus rebaños y que no podían más a fuerza de gritar.

De cuando en cuando cruza la plaza una mujer con un tablero en la cabeza, cubierto con un mandil a rayas rojas y azules; otras veces se llega a la fuente una moza, una de estas mozas blancas, con grandes ojeras, y llena un cántaro de agua. Y el viejo reloj da sus lentas campanadas. Y un vendedor lanza a intervalos un grito agudo. Este es un vendedor de almanaques.

No mentaré mi pais, que es tamaño como el Egipto, la Caldea y las Indias juntas, ni disputare acerca de su antigüedad, porque lo que importa es ser feliz, y sirve de poco ser antiguo; pero si se trata de almanaques, diré que en toda el Asia corren los nuestros, y que los poseíamos aventajados, ántes que supieran los Caldeos la arismética.

Vio Jacinta, salteados por aquellos fantásticos muros, carteles de publicaciones ilustradas, de librillos de papel de fumar y cartones de almanaques americanos que ya no tenían hojas. Eran años muertos.

Un sargento viejo, andaluz, se amarteló con la superiora y comenzó a echaría piropos de los clásicos; la dijo que tenía loz ojoz como doz luceroz y que se parecía a la Virgen de Conzolación de Utrera, y le contó otra porción de cosas del repertorio de los almanaques. A Bautista le dieron tal risa los piropos del andaluz, que comenzó a reirse con una risa contenida.

Junto a las mesas, los calendarios de pared ostentaban grandes imágenes de santos y de vírgenes al cromo. Algunos empleados, abandonando toda discreción, para halagar al amo, habían clavado junto a sus mesas, al lado de almanaques ingleses con figuras modernistas, estampas de imágenes milagrosas, con su oración impresa al pie y la nota de indulgencias.