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Su mayor placer era salir el domingo con la escopeta al hombro á cazar chimbos en los montes, pajarillos de varias clases, que habían proporcionado un mote á los hijos de la villa. El mayor de los regalos era subirse, en las tardes que no tenía trabajo, á algún chacolín del camino de Begoña á saborear el bacalao á la vizcaína, rociándolo con el vinillo agrio del país.

Su expresión de tristeza era tal, y le hacia tan raro, que el joven no pudo menos de preguntarle: ¿Qué tiene usted, don Gil? ¡Ay, don Lázaro, qué iniquidad! Se ha marchado. ¿Ve usted qué iniquidad? ¡Yo, que la quería tanto! ... Lázaro comprendió que doña Leoncia, el avecilla vizcaína, había volado. ¿Pero cómo ha sido eso? ¿Qué motivo...?

Se llama pliego de historia, y en él se anotan cuantas circunstancias se han observado en la construcción. Exacto. Pues cuando le entregaron el pliego de historia del barco y leyó el nombre, Menchaca estuvo a punto de tener una congestión. ¡Demonio! ¿Cómo se llamaba el barco? La Bella Vizcaína. ¿Nuestra fragata? La misma, pilotín, la misma.

Corrían por la vecindad rumores alarmantes respecto á la existencia de cierta buena concordia, parecida á la familiaridad, entre el poeta clásico y doña Leoncia, la vizcaína. No penetremos en lo sagrado de estos clásicos y patroniles secretos. Doña Leoncia notó la presencia de un desconocido, y quiso darse tono. Se puso seria, y reprendió á los estudiantes por su poca formalidad.

La comedia titulada La toquera vizcaína se distingue por ofrecer situaciones muy dramáticas, y sería digna de grandes elogios si esas situaciones no fuesen contrarias de todo punto á las reglas más notorias de la posibilidad y verosimilitud.

Llegó, pues, esta gente que guardaba La nave vizcaina, y en llegando Al piloto unos grillos luego echaba El Juan Ortiz la cosa exagerando. El preso su venida disculpaba, El miedo por escusa presentando, Diciendo: "que en la nave

Quedan la capitana y vizcaina En gran peligro surtas junto á tierra: Mas luego en un momento muy aína La vizcaina el ancla desafierra: Agarrando dos leguas ya camina En luengo de una costa y de una sierra; Mas no se osa meter en la mar brava Con el temor de la agua que faltaba.

Y el rey, por el mismo sitio por donde había ido á la recámara de la reina, se volvió á la suya y al examen de la escopeta vizcaína que tenía aún entre las manos su montero mayor. Vestida, arrojada sobre un lecho, con el rostro vuelto contra la almohada, en una bellísima alcoba, había una mujer.

Mira, Gil, no te andes con procesiones, que es cosa que no me gusta. ¿Con que vienes á Chamartín? : bueno es que nos vayamos allá, porque hoy hay jarana en Madrid, y se me antoja que habrá tiros por esas calles. ¡Jesús; y Santa Librada! ¡Otra jarana! dijo la vizcaína con el rostro descompuesto y mudado de color. Pero ¿qué hay? Ahí es nada.

Era Sor Natividad vizcaína, y tan celosa por el aseo del convento que lo tenía siempre como tacita de plata, y en viendo ella una mota, un poco de polvo o cualquier suciedad, ya estaba desatinada y fuera de , poniendo el grito en el Cielo como si se tratara de una gran calamidad caída sobre el mundo, otro pecado original o cosa así.