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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Al principio Ana se había dejado llevar a paseo, a todos los paseos, al teatro, a la tertulia de Vegallana, a las excursiones campestres; pero pronto se declaró cansada y opuso una resistencia pasiva que no pudieron vencer D. Víctor y la del Banco.

Don Víctor continuaba siendo propietario en Aragón. Ana en un arranque de valor, de un valor mucho más heroico de lo que podía suponer su marido, se atrevió a decir: Quintanar, ¿qué te parece esta idea...? irnos a pasar unos meses, hasta que vuelva el invierno.... ¿A dónde? A tu tierra, a la Almunia de don Godino.

¡Absurdo! ¡absurdo! gritaba don Víctor jamás se hizo cosa por el estilo en los gloriosos siglos de estos insignes poetas. Afortunadamente añadía calmándose yo no me veré nunca en el doloroso trance de escogitar medios para vengar tales agravios; pero juro a Dios que llegado el caso, mis atrocidades serían dignas de ser puestas en décimas calderonianas.

Don Víctor estaba enamorado de Perales; él no había visto a Calvo y el imitador le parecía excelente intérprete de las comedias de capa y espada.

Don Víctor se detuvo pensativo, apoyó la culata de su escopeta en la arena húmeda del sendero y exclamó: ¡Me lo han adelantado! ¿Pero quién? ¿Son las ocho menos cuarto o las siete menos cuarto? ¡Esta obscuridad!...

En esta última, el esfuerzo de la pronunciacion está repartido igualmente entre todas las sílabas, sin que el acento marque el sonido capital de cada palabra, de lo que proviene el martilleo monótono de sus versos, martilleo que Víctor Hugo ha pretendido corregir por el corte del alejandrino, asimilándolo en cierto modo á la prosa, que es lo mismo que los españoles y entre ellos Moratin y Jovellanos han hecho con el verso blanco.

Don Víctor oprimía entre las suyas las manos de aquella esposa que le envidiaba un pueblo entero. Un ¡adiós! llenó los ámbitos de la Plaza Nueva: era un adiós triste de verdad, era la despedida de la maravilla del pueblo; Vetusta en masa veía marchar a la nueva Presidenta de Sala como pudiera haber visto que le llevaban la torre de la catedral, otra maravilla.

Aquí no era ya la agonía de la Piel de zapa de Balzac, sino la magistralmente descrita en el Frollo de Víctor Hugo, con la diferencia de que en aquella había blasfemias, y en la nuestra recuerdos y oraciones. La aguja del reloj marcó las nueve y media.... Las diez menos veinte.

La parte contraria tampoco tuvo nada que decir. Cuando llegaron a la meseta, lugar del duelo, don Víctor y los suyos encontraron solo el terreno. Quince minutos después aparecieron entre los árboles desnudos don Álvaro y sus padrinos, más el señor don Robustiano Somoza. Mesía estaba hermoso con su palidez mate, y su traje negro cerrado, elegante y pulquérrimo.

Basta de broma... basta de carnaval.... No quiero más fiestas.... Estoy cansada.... Ayer me hizo daño el baile... no quiero más... no quiero más.... ¿No te obedecí ayer...? Basta por Dios, basta. Bueno, hija, bueno... no insisto. Y calló don Víctor, perdiendo parte de su alegría. No se atrevió a hacer uso de aquella energía que Dios le había dado. «No había para qué estirar demasiado la cuerda».

Palabra del Dia

ciencuenta

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