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Actualizado: 2 de julio de 2025
¡Santorcaz! exclamó la dama, poniéndose encarnada y después pálida como una difunta. ¿Quién? ¿Quién has dicho? Don Luis de Santorcaz, señora; un caballero castellano que ha venido ahora de Francia. Amaranta parecía sentir una emoción profunda.
Hiciéronse la mamona el uno al otro; arremangóse el desalmado animero el sayazo, y quedó con unas piernas zambas, en gregüescos de lienzo, y empezó a bailar y decir que si había venido Clemente. Dijo mi tío que no, cuando Dios y en hora buena, envuelto en un capucho y con unos zuecos, entró un chirimía de la bellota, digo un porquero: conocílo por el cuerno que traía en la mano.
Si fuesen verdad continuó Madariaga implacablemente todas esas macanas de títulos, sables y uniformes, ¿por qué has venido aquí? ¿Qué diablos has hecho en tu tierra para tener que marcharte?
Y si nada me has hallado De que deba dar disculpa, Porqué me das tanta culpa De que sea enamorado? Y si de conversacion Me ves que ando siempre ageno, Mete la mano en tu seno, Veras si tengo razon. No sabes los muchos años Que tras Lira ando perdido? No sabes que era venido El fin de mis tristes daños, Porque su padre ordenaba De darmela por muger, Y que Lira su querer Con el mio concertaba?
Visita era amiga de Ana desde que esta había venido a Vetusta con su tía doña Anunciación y con Ripamilán, el hoy Arcipreste. Admiraba a su amiguita, elogiaba su hermosura y su virtud; pero la hermosura la molestaba como a todas, y la virtud la volvía loca. Quería ver aquel armiño en el lodo. La aburría tanta alabanza.
Y acentuando de una manera notabilísima aquella expresión de oler una cosa muy mala, añadió que todo lo que estaba pasando lo había previsto él, y que los sucesos no discrepaban ni tanto así de lo que día por día había venido él profetizando.
A la puerta de la iglesia esperábanla todas sus amigas, que habían llevado consigo a Martita. El templo rebosaba de gente, que se apretó para dejarle paso. En el altar mayor la recibió el obispo de..., que había venido adrede para darle el hábito. Hincose de rodillas y oró breves instantes. El rumor confuso de la gente se apagó, reinando un silencio ansioso.
Estaba sentada en una silla baja, entre un torrente espumoso de gasas y tules blancos y rosa, y en cuanto me vio se levantó vivamente. ¿Y Lacante? ¿Dónde está el señor Lacante? Comprendió en seguida, en la expresión de mi cara, que Lacante no me había acompañado, y sus hermosas facciones se ensombrecieron. ¡Cómo! ¿No ha venido?
Es un hecho, Roberto me ama. Ha venido a pedir mi mano. Ahora sé que hay una expiación. ¡Ah, si estas torturas no purificaran!
A Córdoba llegando el de Cabrera, La nueva le ha llegado que ha venido Abrego
Palabra del Dia
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