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Actualizado: 20 de junio de 2025


En 1830, la poblacion de Concepcion se componia de tres mil ciento veintiseis individuos, y estaba dividida en veinte secciones ó parcialidades, cuyas denominaciones son las siguientes: Gimoboconos, Hompaceboconos, Escrinos, Tirajabanos, Nipocenos, Coriceboconos, Choyinobenos, Itapimuyiros, Taramuinos, Chaquionos, Muchogeonos, Choromonos, Cabiripoyanos, Abejanos, Arayamanos, Amoriciboconos, Paresabanos, Paromoconos, Abenbanos, Joboconos.

Ni tomo más alimento que jícaras de caldo y leche y alguna pequeña galleta, ni duermo más que algunos minutos, y estoy tan débil, que hace veintiséis días que no he puesto los pies en la calle, porque no puedo andar. Te abraza tu tío Pascual

La tripulación se compone de veintiséis hombres. La arboladura tiene dos palos, lo que permite servirse de las velas y ahorrar el carbón... Y hasta hay á bordo cuatro buenos cañones, añadió Marenval, que parecía decidido á hablar siempre que debía callarse. ¿Y qué piensan ustedes hacer con esa artillería? dijo una voz burlona. ¿Van ustedes á bombardear Malta ó á tomar Trípoli?

Era tal su impaciencia por llegar a un puertecillo de mar que le habían indicado, que creyendo cortar terreno entró en una de las vastas dehesas, comunes en el sur de España, verdaderos desiertos destinados a la cría del ganado vacuno, cuyas manadas no salen jamás de aquellos límites. Este hombre parecía viejo, aunque no tenía más de veintiséis años.

Pronto se hace la lista: pollos asados, fritos, en pepitoria, estofados, con guisantes, con cebollas, con patatas y con huevos; aplíquese el mismo sistema a la carne, al puerco, al pescado y al cabrito. Así, sin calentarse los cascos, presenta cualquiera veintiséis variados manjares.

Sin embargo, a pesar de que, como sabemos, gran parte del teatro de Lope está irreparablemente perdido, nos son conocidos los títulos de setecientas veintiséis comedias y de cuarenta y siete autos, y en la actualidad aún poseemos muy cerca de quinientas de las primeras.

Sin embargo, su primo Quino no se muestra aquel día tan ingenioso y locuaz como otras veces. Es que pesa sobre su espíritu atormentado una grave preocupación. Había llegado á los veintiséis años y esta edad era ya más que suficiente para tomar estado en un país donde los hombres suelen casarse á los veinte. Empezaba la gente á hacerle cargos y algunas zagalas le llamaban viejo.

Y para que conste, doy la presente en Madrid á 12 de Agosto de mil setecientos veintiséis.

Les parece que porque me dan veintiséis duros al mes, ya han cumplido... Dicen que es mucho y yo digo que me lo tienen que agradecer, porque los tiempos están malos, pero muy malos». En toda la parte del siglo XIX que duró la larguísima existencia usuraria de D. Francisco Torquemada, no se le oyó decir una sola vez siquiera que los tiempos fueran buenos. Siempre eran malos, pero muy malos.

Tal era, por lo menos, la condición de Godfrey Cass, al cumplir los veintiséis años. Un movimiento de remordimientos, secundado por esas pequeñas influencias indefinibles que todas las relaciones personales ejercen sobre una naturaleza flexible, lo había impulsado a contraer un matrimonio secreto, que era un estigma en su existencia.

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