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Actualizado: 19 de mayo de 2025
El fuego que ardía en el pecho del poeta Ibn-Hazm no se había extinguido: yo lo sentía en el mío. Los hermosos ojos aterciopelados de mi graciosa sevillana valían, por lo menos, tanto como los de su bella cordobesa.
Además, ella le hablaría de su hermosura como de un bien ilusorio, por lo fugaz, y del amor de su alma como de una realidad inacabable y constante. ¿Qué importaban ni qué valían la púrpura de su boca, ni el llamear de sus ojos, comparados con la ternura de su espíritu?
Más que ellos valían sus cuadros. Desde que engañó al primero con el segundo, se le puso en la cabeza la idea de pegársela a los dos con otro, y la satisfacción de este deseo se la proporcionó un empleado joven, pobre y algo simpático que se parecía mucho a Juanito Santa Cruz.
Sin embargo, prestó buena acogida a Pablo; tan buena, que éste, durante algunos días, tuvo la debilidad de equivocarse, pensando que sus gracias personales le valían tan amable y cordial recepción: mas estaba en un grave error. Había sido presentado por Juan, era amigo de Juan, y a los ojos de Bettina en esto estribaba todo su mérito.
Tal vez estas nuevas se ponían en conocimiento del público. Como prueba de que los particulares se valían del mismo medio de comunicación, puede aducirse, en los tiempos más antiguos, un papiro ó pergamino finísimo destinado al efecto, y más tarde, unas hojitas de papel, que se llamaba de pájaro, y que venía á tener seis centímetros de ancho y nueve de largo.
Se valían de aquel medio de publicidad para su protesta, por no tener otro a sus alcances, y a reserva de utilizar cuantos les sugiriera su vehemente deseo de entregar al juicio de la conciencia pública la conducta incalificable del tal y del cual... ¡Bueno le ponían!
Jeremías, 31. v. 31. Texto, en que siempre ví enmudecer con rabia a sus Rabinos. Para introducir y establecer más este error, se valían de dos medios, ambos invención antigua del Infierno.
Buen mozo, eso sí; le temblaban todos en la taberna de Copa, los domingos por la tarde, cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta; pero en casa debía ser un marido insufrible.... Aunque bien mirado, todos los hombres eran iguales. ¡Si lo sabría ella! Unos perros que no valían la pena de mirarlos. ¡Hija! ¡y qué desmejorada estaba la pobre Pepeta!...
Quejábamonos nosotros a don Alonso, y el Cabra le hacía creer que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valían plegarias. Metió en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidió al criado porque le halló un viernes a la mañana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe.
Pero estas pequeñas emociones nada eran ni valían comparadas con su alegría cuando el editor, por tener propicios a los estanqueros, les enviaba un par de butacas de tifus en las últimas filas de cualquier teatro que andaba mal.
Palabra del Dia
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