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Actualizado: 28 de julio de 2025
Pobre santita de la casa, que así, en un momento, viera trocarse la miel en acíbar...
En fin dijo Lucía alzando el semblante donde las líneas redondeadas y fugaces de la adolescencia comenzaban a trocarse en trazos más firmes , yo marcharé si tú me lo ordenas; pero convencida de que es una mala acción abandonar así a una amiga, cuando se está muriendo. Salió del cuarto.
Aquello era un dolor y un horror; tener que renunciar con severidad israelítica al jamón extremeño, rosado y aromático, y al salchichón de Génova, matizado como un mosaico, o exponerse a tragar el endiablado microbio que el atribulado Fernandito seguía con la imaginación en todas sus transformaciones, viéndole alargarse, alargarse hasta convertirse en tenia, y engordar, engordar luego hasta trocarse a costa de los jugos de su estómago en una serpiente boa, igual a las que había visto tragarse gallinas y conejos y aun cabritos, con la facilidad con que se tragaba él, una tras otras, un barrilito entero de aceitunas sevillanas.
Seis u ocho quedaron descalabradas a sablazos y tendidas en medio del arroyo; otras cayeron pateadas por los caballos; las más se replegaron desordenadamente hacia la plaza de Antón Martín. Iban furiosas; no eran mujeres, sino fieras. Hubo momentos en que lo comenzado como asonada de miserables desgraciadas amenazó trocarse en alzamiento social.
Don Jacinto estuvo más firme que una roca; eclipsó casi la memoria del hijo predilecto del patriarca Jacob, todo ello con tal dignidad y tan sin melindres ni remilgos, que la risa y la chacota, que el tío y sus dos amigos empezaron a mostrar, hubo pronto de trocarse en admiración y respeto.
Felices esos seres, que nunca conocieron La punzadora espina que labra el corazon, Y el inocente labio jamas humedecieron En la dorada copa que mana corrupcion. Felices esos seres, que nunca calentaron Las engañosas manos de la amistad infiel, Que nunca las miserias del mundo presenciaron Ni el dictamo sagrado vieron trocarse en hiel.
De aquí que, para Goethe, el tipo ideal del arte en estatuaría, no fuese el Apolo, sino el Laoconte, donde el dolor, la compasión, y el espanto, están suavizados por la gracia divina de la belleza, hasta el punto de trocarse en soberano y tranquilo deleite.
Luego volviendo á tocar el asunto para corroborar esta frase demasiado sencilla y absoluta, añadió: «Quiero decir una materia semiorganizada y ya perfectamente organizable. En ciertas aguas, no es más que una densidad de infusorios, en otras lo que va á serlo, lo que puede trocarse en ello.
Palabra del Dia
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