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Tocóme por casualidad entrar en domingo en la nebulosa ciudad, y la impresion que recibí fué la que experimentan todos los extranjeros que llegan por la primera vez en semejante dia; tristísima, de aburrimiento. La iglesia anglicana, que desde la época de la reforma se gobierna de un modo especial, prohibe en su libre fanatismo toda vida y todo movimiento en el dia del domingo.

Y su convicción era tan profunda, que de ella tomaba fuerza para soportar aquella vida solitaria y tristísima. ii Una mañana, al levantarse, vio que había caído durante la noche una gran nevada.

Informámonos del estado y calidad de toda la provincia, y nos volvimos á las naves; y bajando por el rio Paraná, llegamos á la provincia de los Cambales, donde hallamos cartas de Alvar Nuñez, en que nos mandaba ahorcar al cacique, que se llamaba Aracaré como se egecutó. Accion que dió despues causa á una guerra tristisima: con lo cual nos volvimos el rio abajo á la Asumpcion.

Por de pronto, cama, dieta, quietud, atropina. Inaugurose con esto una vida tristísima para el infeliz Thiers.

Margarita, con los hermosos ojos fijos en el suelo, parecía ruborosa y como con miedo; pero no embargante esto, cuando oyó los pasos de Cervantes y las palabras que doña Guiomar, con la voz no muy segura, le había dirigido, alzó la vista y en él la fijó, y de tal manera, que él se encontró entre dos fuegos; que de una parte le miraban los lucientes y enamorados ojos de doña Guiomar, y de otra los más tímidos, aunque no más castos, de Margarita, que aunque triste y apenada por la muerte de su madre y por la tristísima orfandad en que se veía, no se defendía del amor que por Cervantes en el alma se le había entrado, y le mostraba claramente en su mirar ansioso.

Si es eso lo que usted quería decirme... La justicia está ya encargada de esto y de devolver a Inés al jefe de la familia. Asunción alzó la vista y miró a su madre. Parecía deseosa de hablarle, pero con tanto miedo como deseo. Al fin, cobrando valor, se expresó de este modo con voz quejosa y tristísima, que producía en extraña sensación. Señora madre, ¿me permite usted que hable una palabra?

Pronto salió á navegar, y fué á la Habana en ocasión tristísima. España estaba en guerra con los ingleses, y la capital de Cuba fué atacada por el almirante Pocok. Echado á pique el navío en que se hallaba nuestro bermejino, la gente de la tripulación, que pudo salvarse, fué destinada á la defensa del castillo del Morro, bajo las órdenes del valeroso D. Luis Velasco.

Los lengüetazos la despertaban sobresaltada, y con la tristísima impresión de que todo aquello era mentira, lanzaba un ¡ay!, y su marido le decía desde la otra cama: «¿Qué es eso, nenita?... ¿pesadilla?». «, hijo, un sueño muy malo». Pero no quería decir la verdad por temor de que Juan lo tomara a risa.

La señora le guiaba hasta volverle a poner en el sillón. Esto se hacía siempre a puerta cerrada; pues antes de escudriñar su tesoro mandaba a Rosalía que echase el pasador a la puerta para que no entrara nadie. Una semana trascurrió desde el día de San Antonio, tristísima fecha en la casa, sin que el enfermo adelantara gran cosa.

Comía solo o en compañía de su hospedero, el señor Princetot, un hombre de rostro sonrosado, de mirada llena de malicia y cuya conversación giraba invariablemente sobre los vinos que almacenaba en su bodega, para revenderlos luego lo más caro posible a los pequeños comerciantes de la montaña. En esa gris y tristísima sinfonía del fastidio, daba la hospedera una nota única de color y de alegría.