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Actualizado: 15 de julio de 2025
Así le podría ver todo el vecindario mientras marchaba á la peregrinación nacional. Cuando la muchedumbre se hubiese alejado, el gigante podría entrar por las calles casi desiertas, sin riesgo de aplastar á los transeuntes. Así fué. El día señalado, Gillespie, siguiendo á una máquina terrestre montada por su traductora y varios individuos de su Comité, llegó al citado lugar.
La noticia hizo perder su calma al gigante.... ¡Verse privado de un bote que representaba la única probabilidad de volver al mundo de sus semejantes!... Poco después de la salida del sol continuó la traductora se han encargado de remolcarlo hasta el puerto de la capital los navíos de nuestra escuadra del Sol Naciente. Gillespie necesitó mostrar su mal humor con palabras ofensivas.
Todavía la traductora rugió su última orden, antes de partir. Gentleman-Montaña, ¡las manos atrás! Gillespie lo hizo así, y, apenas hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintió en torno de las muñecas algo que parecía vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era el cable metálico de la máquina que iba á volar detrás de él.
Gillespie obedeció, é inmediatamente le introdujeron entre los labios una barra de metal ampliamente perforada, de la que surgía un chorro de leche más grueso que el brazo musculoso de cualquiera de aquellos atletas. Gillespie bebió durante mucho tiempo este hilillo de líquido dulzón, algo más claro que la leche de otros países. ¿Quiere usted más? preguntó la traductora . No tema ser importuno.
Se apartó el vehículo-lechuza, sin que por esto la traductora, dejase de dar órdenes á través de su bocina. Gillespie, después de convencerse de que no quedaban cerca de él personas ni animales á los que pudiera aplastar, empezó á incorporarse. Sus piernas, tras una inmovilidad de tantas horas, estaban entumecidas y se resistían á obedecerla.
La inesperada aparición del Gentleman-Montaña había dado una importancia extraordinaria á la traductora de inglés. En unas cuantas horas se había convertido en el personaje más interesante de la República.
No he conocido ninguna literata que fuese mujer de bien. Lo mismo opinó el barón tronado, que había vivido en Madrid mantenido por una poetisa traductora de folletines. El señor Ripamilán, canónigo, dijo que los versos eran regulares, acaso buenos, pero de una escuela romántico-religiosa que a él le empalagaba.
Pero el gigante, excitado por los perfumes silvestres y sintiendo renacer su vigor con este deporte extraordinario á través de una selva que tal vez tenía mil años y no era más alta que su cabeza, rió del miedo de la traductora y de los emperadores de cinco siglos antes.
Para ser una mujer de guerra, estaba demasiado gruesa y tenía los pies inseguros. Fué subiendo la mano poco á poco para que el emisario no sufriese rudos balanceos, y al tenerla junto á sus ojos lanzó una exclamación de sorpresa. ¡Profesor Flimnap! La traductora saludó quitándose el casquete alado, mientras apoyaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada.
Para otras personas, parece indispensable favorecer actividades de traducción. Maria Victoria Marinetti es profesora de español para empresas y traductora.
Palabra del Dia
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