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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Cuando pasan de dicho grado, y tocan en lo trágico, son malas representaciones artísticas, porque son pasiones, defectos y dolores impurificables que no se hermosean. No producen ya lo cómico, ni menos lo patético, sino lo deforme y lo repugnante y asqueroso; realismo deplorable de que hoy padecen el drama y la novela.
Ningún otro drama de nuestro poeta es superior á éste por su composición, que de escena en escena produce un efecto trágico extraordinario, así como por sus caracteres, tan enérgicos como distintos.
Ella escuchó, con el más grande asombro, toda la historia del tesoro oculto del Vaticano, hasta que llegó el momento de describirle el atentado de Dawson contra mi vida y su trágico fin; entonces exclamó con vehemencia: ¡Si ese hombre está muerto... realmente muerto... yo, entonces, estoy libre! ¿Cómo? ¡Explíquese! le dije.
Butrón escuchaba asombrado, tragándose, una a una, como un bolonio, toda aquella sarta de mentiras, diestramente entrelazadas con algunas escasas verdades; cruzó las manos con trágico ademán y exclamó con el aire de un Catón escandalizado: ¡Eso es nauseabundo!
Lo peor y más trágico del caso es que el padre se ha enterado de que hay un galán que corteja á la niña, y se enfurece de tal modo, que si le coge, le parte la cabeza en dos con su espada toledana. Cuenta al Rey lo que pasa; la Reina le echa fuerte reprimenda á nuestra heroína, y todos convienen en que el galán aquél es un majagranzas, que no merece ni descalzarle el chapín á la doncella.
Sólo nos descontenta algo su desenlace, pareciéndonos que la índole del argumento y el carácter de sus personajes exigen en este drama un fin trágico.
Palabra de honor exclamó, me vuelves imbécil, me haces perder la cabeza. Estás delante de mí con la sangre fría de un confidente de comedia y yo parece que te estoy dando el espectáculo de un sainete trágico.
El poeta no se ha propuesto conmovernos ni sorprendernos mucho: es un juego agradable en la dorada y verde Arcadia, con su cielo de azul purísimo; lo trágico, que se encuentra en ella, nos conmueve sólo á la ligera, y se pierde, como por magia, en dulces cantos, acompañados de un arpa melancólica.
¿Cree usted? murmuró Delaberge. Los rasgos de su rostro se alargaron y la luz que iluminaba sus azules ojos desapareció de pronto, como apagada por un soplo trágico. ¿Le parece a usted que soy exigente? preguntó ella al notar ese cambio de fisonomía. ¡Tiene usted derecho a serlo! repuso melancólicamente. Entiéndame usted bien; no doy importancia ninguna a lo que llaman figura brillante...
Palabra del Dia
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