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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Entretanto, las damas se habían adelantado ya curiosas por saber qué habría podido llevar allí al solitario tejedor en circunstancias tan extrañas e interesándose por la preciosa criatura.

El tejedor volvió a tomarla en las rodillas. Sin embargo, sólo fue un rato después que al espíritu lento del solterón Silas se le ocurrió que eran los zapatos mojados los que causaban el dolor de la criatura, apretándole los tobillos recalentados.

¡Y tener que pasar tan de prisa por los palacios de una tierra enana como Holanda, donde no hay holandés que no sea feliz, y viva como en pueblo grande, por su trabajo de marino, de ingeniero, de impresor, de tejedor de encajes, de tallador de diamantes; de un pueblo como Bélgica, que sabe tanto de cultivos, y de hacer carruajes, y casas, y armas, y lozas, y tapices, y ladrillos!

Mientras hablaba, Sorege seguía reflexionando y con la destreza de un hábil tejedor entrecruzaba los hilos de su intriga. Es preciso, pensaba, que yo salga salvo de aquí y que hable con Lea antes que ellos. Si lo consigo, le haré comprender que debe marcharse. Si ella desaparece, estoy salvado. ¡! repuso Jacobo, ¿ engañado? No, Sorege. Por una razón que ignoro, tenías interés en no decir nada.

El tejedor ejecuta su trabajo con el mayor esmero, sirviéndose del telar y los utensilios necesarios, pero haciéndolo todo á mano, pues ninguna máquina podría ejecutar los admirables caprichos de la moda, los bordados, los dibujos y matices finísimos que las sederías requieren cuando no son estampadas.

Esa era una idea que interesaba a Dunstan y que implicaba consecuencias completamente nuevas. Si el tejedor había muerto, ¿quién tenía derecho a su dinero?, ¿quién sabía que alguien había entrado a tomarlo?

No recordaba que Dunsey y él hubieran hablado nunca del tejedor desde hacía doce años, época de su infancia, en que se divertían burlándose de él. Además, su imaginación encontraba siempre una coartada para Dunstan; se lo imaginaba siempre en algún escondrijo en armonía con los gustos que le conocía, y hacia el cual debía haberse dirigido después de haber abandonado a Relámpago.

Había una persona se la adivinará sin esfuerzo que más que cualquiera otra observaba con viva, con secreta solicitud el desarrollo próspero de Eppie, bajo la influencia de los cuidados del tejedor.

Dunstan estaba ya decidido a este respecto, y en el momento en que vio brillar la luz a través de las rendijas de los postigos de Marner, la idea de tener una conversación con el tejedor se le había vuelto tan familiar, que le pareció lo más natural abordarlo en seguida.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa sólo contenía hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del espíritu maligno. En aquella época remota, la superstición acompañaba a todo individuo o a todo hecho un tanto extraño.

Palabra del Dia

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