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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Cristeta se sintió más enamorada que nunca, y don Juan más esperanzado con la victoria, a semejanza de los grandes capitanes que no arriesgan ni proponen batalla hasta después de haber irritado al enemigo en largos días de desear la lucha, porque de esta suerte queden la sangre fría y la calma triunfantes del entusiasmo y del coraje. <tb>
Y allí envió el pliego, certificado en toda regla. <tb> A las pocas semanas de esto llegó Cristeta, triste de ánimo y desmejorada de cuerpo. Lo primero que hizo fue comunicar a sus tíos que había formado irrevocable propósito de renunciar al teatro.
Y generalizando el caso, ¡cómo se reirían las mujeres de los hombres si les vieran pensar! <tb> A todo esto sin llover; es decir, don Juan, imposibilitado de hablar con Julia, la niñera, que ni se acordaría tal vez de la cita.
La postrera de todas trae las miradas impregnadas de amor, la boca prometedora de besos, pero al mismo tiempo sus labios murmuran una palabra: «Imposible». Es Cristeta. Don Juan, reconociéndola, suplica, implora, ruega, grita, procura detenerla, y nuevamente el fantasma se disipa, dejándole en las manos la sensación de un sudor frío y pegajoso. <tb>
<tb> Por los días en que don Quintín recibió ambas cartas, brillaba para él con vivo resplandores la estrella del amor: estaba sometido al imperio de Venus, representada por Carola.
Por supuesto que ni por asomo pensó en que se acostaría sola. Y es que la mujer, por sensual y materialista que sea, tiene en los instantes de dolor una pureza de sentimientos que rara vez brilla en el hombre. <tb> A la hora del alba, cansada de martirizarse el pensamiento, se asomó al balcón.
Luego dirigió una mirada a los pobres muebles y blancas paredes de su cuarto, y suspiró pensando: «¡Quién sabe! ¡El beso de hoy me ha parecido beso de cariño!» <tb> Don Juan se retiró como chico a quien dan cañazo en la escuela. «¿Qué mujer es ésta? se decía al entrar en su casa . ¿La coqueta más temible del mundo, o una desdichada que fluctúa entre el deber y el amor?
<tb> Iba ya el resplandor del día dibujando líneas de luz por entre los resquicios y rendijas del maderaje del balcón, cuando don Juan, desasiéndose de los brazos de Cristeta, entre melosidades y ternezas, se fue a su cuarto, donde desbarató su propia cama para que los criados ignorasen que no había dormido allí.
Una chica guapa que se había dejado atrapar. ¡Bonito estaría que don Juan de Todellas se desvelase por tan poco! Caída... seducción... engaño... palabrería ridícula. Pasados los dieciocho años ella no es nunca seducida, sino seductora. A pesar de todas estas reflexiones, el pobre hombre pasó la noche pensando en Cristeta como colegial enamorado de la hermanita de un compañero. <tb>
Probablemente con mi tío. Y yo detrás. Veremos...; pero crea usted que desde ahora hasta el verano ya se le habrá quitado a usted eso de la cabeza. No vaya usted a creer que es un capricho. Cristeta le miró algo severa, frunció el ceño y respondió: Nunca he creído yo que pudiera servir para satisfacer caprichos. <tb> Aquella misma semana tuvieron varias conversaciones parecidas.
Palabra del Dia
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