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Actualizado: 27 de junio de 2025
Y á los pocos pasos lo vió caído sobre sus ancas, enganchado aún al arado, pero intentando en vano levantarse, tendiendo su cuello, relinchando dolorosamente, mientras de su costado, junto á una pata delantera, manaba lentamente un líquido negruzco, del que se iban empapando los surcos recién abiertos. Se lo habían herido; tal vez iba á morir. ¡Recristo!
Sí repuso Nébel abriendo los ojos la señora de Arrizabalaga... Ella vió la sorpresa de Nébel, y sonrió con aire de vieja cortesana que trata aún de parecer bien a un muchacho. De ella, cuando Nébel la conoció once años atrás, sólo quedaban los ojos, aunque más hundidos, y apagados ya. El cutis amarillo, con tonos verdosos en las sombras, se resquebrajaba en polvorientos surcos.
Sus breves pies se hundieron en los surcos. Recogió su falda para marchar con más soltura, dejando al descubierto una parte de su adorable basamento. Una atmósfera voluptuosa, de vida, de belleza oculta, de amor, siguió sus pasos sobre esta tierra de muerte y podredumbre. A lo lejos sonaba la voz del padre. ¿Todavía no?...
Después hablaba con tristeza de la tierra en que vivía. Inmensos campos cuyo término perdíase en el horizonte; surcos que se juntaban y confundían a lo lejos como las varillas de un abanico, sin que ningún límite los cortase. Cuanto se abarcaba con la vista, tierras llanas o colinas, bancales labrados o manchones para el pasto, todo era de un amo.
Otra vez vio al Cantó con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones. Al reconocer al señor de la torre, antes de que sus camaradas pudieran sujetarle, se agachó, y agarrando dos piedras en los endurecidos surcos, arrojólas contra aquél.
Vana empresa sería la de intentar reconstituir la forma y disposición que tuvieron eminentes fábricas arquitectónicas; y á veces, ni aún es dado señalar los parajes en que se alzaban: sobre templos, palacios, portadas y torres, abre el arado profundos surcos, crecen á su sabor los jaramagos y amapolas, ó entre sus despedazados fragmentos anidan reptiles y alimañas.
El instinto de la vida me excitaba de vez en cuando a respirar otro ambiente, a contemplar otra luz y a renovar el espíritu en otros horizontes más saludables que aquéllos; y paseando la vista por los mezquinos términos de aquel recinto fúnebre, acababa siempre por detenerla en la cara de Lituca, en la que cuanto más se grababan los surcos de sus lágrimas, más de relieve ponían la frescura de su juventud.
Increíble parece que aquel cuerpo flaco y endeble, encerrara dentro de sí espíritu tan gigantesco y tan fuerte, hecho a golpes de zarpas y a caricias de ala, capaz de abrir surcos y levantar cimientos y capaz, de poemizar el dolor e idealizar el martirio; apto para abrigar una tempestad y para echarse todo entero en el cáliz de un jazmín....
Palabra del Dia
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