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Actualizado: 25 de junio de 2025


Traía las manos metidas en los bolsillos del chaquetón, un garrote pinto y nudoso debajo del brazo izquierdo, y en la boca una pipa ahumando. El primero que le conoció fue el señor de Provedaño, que iba de los más delanteros entre nosotros. Se detuvo un instante para mirarle con la mano de canto sobre la frente, y se detuvo también el otro con los ojos sombríos e imperturbables clavados en él.

Las suaves tintas del crepúsculo sombreaban en ese mismo instante el océano de follaje medio dorado por el otoño; los sombríos pantanos, los verdes prados y los horizontes de entrecruzadas pendientes que se mezclaban y sucedían bajo nuestros ojos hasta la más lejana extremidad.

Sacó fuerzas de flaqueza la heroica anciana, y con su espíritu muy turbado, su mente llena de presagios sombríos, empezó a despotricar como una taravilla, para que se embelesara la señora con unas cuantas chanzonetas y mil tonterías imaginadas, y pudiera coger el sueño.

Al llegar madre é hija á los linderos de la población, los niños de los puritanos, en medio de sus juegos, ó de lo que pasaba por juego entre aquellos sombríos chicuelos, fijaron en ellas las miradas y dijeron: Ahí viene la mujer de la letra escarlata; y á su lado viene saltando lo que también se parece á una letra escarlata. Vamos á arrojarles fango.

Y blandía el librote con fingida cólera. Eché a correr y me refugié en el bosque vecino, un lindo bosque de senderos tortuosos y sombríos, en los que me interné con gran necesidad de estar sola. Aquella prisa por casarme me entristecía. A pesar de toda la bondad de mi padre, temo que mi vida, bruscamente incrustada en la suya, sea para él un estorbo y una carga dura de soportar.

Desvelado, en las altas horas de la noche, se levantó de su mezquino lecho, se vistió precipitadamente el sayal, encendió con eslabón, yesca y pajuela, una lamparilla de hierro, salió de su celda, atravesó los claustros desiertos y sombríos, se dirigió a la puerta de la celda del Padre Ambrosio, y llamó golpeando en ella.

No si usted ha sufrido una impresión semejante; pero cuando ella me extendió la mano y nos miramos, sentí que por ese contacto tibio, la espléndida belleza de aquellos ojos sombríos y de aquel cuerpo mudo, se infiltraba en una caliente onda en todo mi ser. Cuando salimos, Vezzera me dijo: ¿Y?... ¿es como te he dicho? le respondí.

Su aspecto es lóbrego y sucio. De las paredes, que no se enjalbegaron hace ya muchos años, penden cadenas, cuadros sombríos y borrosos, una muchedumbre de piernas, brazos, cabezas de cera amarilla y otra mayor aún de barquitos y lanchas que la fe de los marineros o de sus familias han llevado allí en recuerdo de algún peligro milagrosamente evitado.

Una multitud rumorosa y apiñada, donde domina el tono pardo y azulado de los trajes, circula sin cesar; el polvo lo envuelve todo en una nevada amarilla; un hedor acre se respira en el aire; y a cada momento largas caravanas de camellos atraviesan la multitud, conducidos por mongoles sombríos vestidos de pieles de carnero...

Y todos estos dolores, todos estos anhelos, estos suspiros, estos sollozos, estos gestos de resignación van formando en los sombríos pueblos, sin agua, sin árboles, sin fácil acceso, un ambiente de postración, de fatiga ingénita, de renunciamiento heredado a la vida fuerte, batalladora y fecunda.

Palabra del Dia

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