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Luego que los cuatro ilustres senadores que formaban mi auditorio se colocaron bien en sus sillas, saqué fuerzas de flaqueza, tosí, miré á todos lados con angustia, respiré con fuerza, y con voz apagada y temblorosa, empecé de esta manera: «Capítulo primero.

No tienen la culpa los ciudadanos de los Estados Unidos en general de la soberbia disparatada, de la ignorancia y de la codicia de sus representantes y de sus senadores.

A él concurrían no solamente los banqueros, los secretarios generales y los consejeros de Estado, sino hasta duques y príncipes, diputados y prefectos, y los senadores más partidarios del poder temporal del Papa; sólo faltaban los prelados. Veíanse en él ministros casados, y hasta los más casados de todos los ministros.

Lo que pareció tan mal, aun á los senadores y magistrados de Holanda, que llamando á los capitanes holandeses á Amsterdam á dar razón de , les privaron y depusieron de sus oficios.

Digo de esta antorcha lo que dije del epitafio de su ilustre vecino. La inteligencia de Rousseau lo alumbrará todo, menos el lecho, en que reposa. Luego visitamos ligeramente los sepulcros del arquitecto del edificio, Soufflot, de Bougainville, del mariscal Lannes, y de siete ú ocho generales y senadores del primer imperio. Entre aquellos sepulcros vimos como escombros ó tierra removida.

Una parte de la asamblea aceptó la opinión de Gurdilo; pero esta vez el orador no consiguió apoderarse de la voluntad de todos los senadores, y varios amigos de los altos señores del Consejo se levantaron á contestarle.

Deseaban todos que terminase cuanto antes el desfile de los cartelones grasientos. Entre las delicadas criaturas que ocupaban las galerías altas hubo ciertos conatos de desmayo. Las matronas sacaban sus frasquitos de sales para reanimar el dolorido olfato. En el estrado de los senadores se oyó la voz del terrible Gurdilo.

Aunque dicen que de la discusión sale la luz, fuerza es confesar aquí que no salió luz ninguna de la discusión constante que Rafaela y el gaucho tenían, y en la que a veces tomaban parte varios tertulianos de la casa, diputados, senadores, hombres políticos y poetas, que siempre en el Brasil los hubo eminentes, descollando entonces entre todos Magalhaens, Gonzálvez Díaz y Araujo Portoalegre, los cuales eran comensales de la casa, complaciéndose Rafaela en tratarlos y agasajarlos.

De este modo su manutención puede resultarnos gratuita, y ¡quién sabe si hasta representará un buen negocio para el Estado!... Ese animal enorme, bajo una dirección severa y convencido de que no comerá si no trabaja, puede dar un rendimiento mayor de lo que creemos. La proposición fué admitida acto seguido por los senadores que gustaban de las soluciones de carácter utilitario.

Todos habéis adivinado que es Golbasto.... Con razón llaman á los poetas videntes. Golbasto ha visto lo que ninguno de nosotros había logrado ver. Se hizo un silencio profundo en toda la asamblea. Lo mismo los senadores que el público de las tribunas, esperaban anhelantes la revelación del gran descubrimiento del poeta, transmitido por el más temible de los oradores.