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Actualizado: 13 de octubre de 2025


El pecho, el alma, el corazon, la mano Di á PEDRO DE MORALES y un abrazo, Y alegre recebi á JUSTINIANO. Otros dos al del Layo se llegaron, Y con la risa falsa del conejo, Y con muchas zalemas me hablaron. Yo socarron, yo poeton ya viejo Volviles á lo tierno las saludes, Sin mostrar mal talante, ó sobrecejo.

De alegre, decidor y bromista, se hizo triste, callado y serio; algunos días hasta se mostraba desabrido y seco con los enfermos; en el salón del balneario apenas ponía los pies; negose a recibir fuera de las horas marcadas para la consulta y, por último, su semblante adquirió una expresión de melancolía que hubiese justamente alarmado a sus padres y amigos si de improviso llegaran a Saludes.

La fecha de la clausura estaba cercana, y el médico no decía palabra de volver a la corte; si alguien le hablaba del regreso, respondía con evasivas: pero como nadie se engaña a mismo, harto persuadido estaba de que Julia, únicamente ella, era quien le retenía allí. Por fin se marcharon de Saludes hasta los criados y camareros: no quedaron en el lugar más que la familia Molínez y el doctor.

A que resultara grata la permanencia en Saludes contribuía mucho el director facultativo, hombre de treinta o pocos más años, simpático, muy inteligente, y en quien se daban reunidas raras circunstancias y envidiables prendas. El doctor Ruiloz era el primogénito de un banquero, socio principal de la casa Ruiloz y Compañía, de Madrid.

Iba ya vencida la temporada, y Ruiloz estaba, aunque no arrepentido del favor hecho a su amigo, cansado de tener más trabajo que en Madrid, cuando llegó a Saludes un matrimonio joven, acompañado y servido por una doncella y un ayuda de cámara: albergáronse amos y criados en la mejor casa del pueblo, y en seguida el marido, que se llamaba D. Javier Molínez, se presentó a Ruiloz diciéndole que su esposa venía enferma, y que sólo para que él la asistiese habían hecho el viaje.

Don Quijote le volvió las saludes con no menos comedimiento, y, apeándose de Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido.

Todo el mundo, pasándose de listo y sin recordar que en aquella casa había dos mujeres, una soltera y otra casada, creía o fingía creer que el médico estaba enamorado de la segunda. Sin embargo, el marido de ésta podía dormir tranquilo. Quien ocasionaba las cavilaciones del doctor era Julia, la joven que llegó a Saludes con la suegra de Molínez.

Sin duda Molínez tenía, o halló, modo de justificar el viaje de su madre política, pues le telegrafió para que acudiese a Saludes, donde llegó a las treinta horas, acompañada de una mujer entrada en años, que era su ama de llaves, y de una señorita de gracioso rostro y gentil figura a quien llamaba Julia.

Palabra del Dia

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