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Ella giraba fría e insensible, con la altivez asexual de una virtud ruda, huyendo de los saltos y contorsiones varoniles, presentando la espalda con gesto de desprecio, y el fatigoso trabajo de él consistía en colocarse siempre ante sus ojos, en ponerse ante su paso, en salirle al encuentro para que le viera y le admirase.

El estertor fatigoso, la inmovilidad del enfermo, las sombras cadavéricas que se extendían sobre el rostro, marcando sus huecos con triste negrura y haciendo destacar fúnebremente el perfil de la nariz, acabaron con la serenidad del pobre viejo, arrancándole un grito que parecía salirle del alma: ¡Juanito...! ¡Niño mío...! ¿No me oyes...? Soy el tío Juan....

Los Catalanes, y Aragoneses luego que supieron que el Duque venia marchando con todo su campo la vuelta de sus alojamientos, hicieron lo que otras veces, quando se vieron forzados de la necesidad, que fué poner el remedio en solo su valor. Determinaron salirle al encuentro, aunque se hubiese de pelear con tanta desigualdad.

El viaje, con sus peligros y varios sucesos, se representa en el teatro en sus diversas jornadas, mostrándose en ellas el Príncipe, por su viveza y edad casi infantil, de la manera más favorable. Isabel se disfraza de labradora para salirle al encuentro.

Sin embargo, el periodista monárquico le tiró impensadamente un golpe a la cabeza; pero hubo de salirle caro, porque Miguel paró y contestó con tal rapidez, que si no rompe a tiempo le raja la cara. Desde entonces no tiró más tajos. La lucha se prolongó cerca de quince minutos sin resultado.

«¿Ven ustedes? decían las miradas triunfantes de la Fandiño. Todas somos iguales». Y sus labios decían: ¡Pobre Ana! ¡Perdida sin remedio! ¿Con qué cara se ha de presentar en público? ¡Como era tan romántica! Hasta una cosa... como esa, tuvo que salirle a ella así... a cañonazos, para que se enterase todo el mundo. ¿Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? preguntaba el barón.

Con todo, hizo lo que suelen las gentes que gustan de seguir su inclinación sin contraer responsabilidad: asesorarse con algunas personas acerca del asunto, esperando que su aprobación le escudase. Hubo de salirle frustrado el intento. El Padre Urtazu, consultado primero, exclamó con su franqueza navarra: A gato viejo rata tierna.

La misma perplejidad que asaltó a Currita asaltóle a él también al notar que faltaba el número 4; la dama, ahogándose de ira, veíale marchar con la mano puesta en la llave de la portezuela, como si acechase el instante de salirle al encuentro.