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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Finalmente, salimos al camino que vosotros tendríais que seguir para llegar á Yuste, esto es, al que desde el pobre Quacos sube al Monasterio..... Ó, por mejor decir, nosotros ya estábamos casi en el Monasterio mismo.... Una enorme cruz de piedra y una alta cerca ó tapia de cenicientos peñones nos decía que allí principiaba la sagrada jurisdicción de Yuste.
Primero caminamos por magníficas dehesas, sobre una llanísima alfombra de verdura y bajo un dosel de magníficos robles, encinas, fresnos, sauces y almeces, á través de cuyos severos troncos penetraba horizontalmente el alegre sol de la mañana. Después salimos á un monte cubierto de jarales floridos, cuyas blancas flores eran tantas, que parecía que el monte estaba nevado.
Al mismo tiempo monté á caballo, y con el expresado peon, á teson de galope, fuí á encontrarme con dicho Super-intendente, de nueve á diez leguas de donde salimos: seria mediodia, nos pusimos en marcha y vinimos á hacer noche á la orilla del Colorado.
Pocos días después llegó á la casa de la avenida Víctor Hugo con un gesto de satisfacción que llenó de alegría á don Marcelo. ¿Ya está?... Ya está... Pasado mañana salimos. Desnoyers fué en la tarde siguiente al estudio de la rue de la Pompe. Mañana me voy. El pintor deseó acompañarle. ¿No podría ir también como secretario del senador?... Don Marcelo sonrió.
Despues que hubimos descansado un instante, nos lavamos, y aún con el polvo del camino encima, salimos á dar una vuelta, como suele decirse. Bajamos por la calle Feydeau, torcimos á la derecha, y á pocos pasos nos hallamos en la plaza de la Bolsa, cuyo suntuoso palacio descubrimos confusamente entre dos luces.
Ahora viene lo que llaman el alegato de bien probado. Pero hasta que pase el verano no habrá nada. El abogado me da grandes esperanzas. ¡Si esto se resolviera pronto para pagar a Melchor y escapar del lazo que me tiende!...». Pensando en Juan Bou, que a menudo la obsequiaba, decía: «¡Pobre Bou! Es el animal más cariñoso que conozco. Le quiero como se quiere al burro en que salimos a paseo».
Salimos de Cádiz y comenzamos el enorme viaje por el Atlántico hasta el Cabo de Buena Esperanza, y después por el Océano Índico al Estrecho de la Sonda y a Filipinas. Por exigencias comerciales, en vez de volver a Europa directamente, tuvimos que atravesar el Estrecho de San Bernardino y dirigirnos por el Pacífico a buscar el de Magallanes.
Salimos, por fin, de aquella casa, y no pude menos de soltar la carcajada al oír a un máscara que a mi lado bajaba: ¡Pesia a mí! le decía a otro; no ha venido; toda la noche he seguido a otra creyendo que era ella, que hasta se ha quitado la careta. ¡La vieja más fea de Madrid! No ha venido; en mi vida pasé rato más amargo. ¿Quién sabe si el papel de la otra noche lo habrá echado todo a perder?
En sesenta y ocho años no lo he visto nunca... Me parece que tú te has hartado de leer esos librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco una letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento. Salimos con que sois hijos del Nuncio, con que una señorita principal os dio a criar, y desapareció...
He de saber cómo es Dios, cómo es el alma humana, de dónde salimos las plumas y á dónde volvemos, después de dar nuestro último vuelo e el viaje de la existencia.» Y así transcurrió un lapso de tiempo indeterminable, y ni se veía el fin de la Ciencia, ni la sed de saber encontraba donde saciarse por completo.
Palabra del Dia
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