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Ruiloz les acompañó hasta la estación, donde llegaron largo rato antes de la hora de salida.

Después de haber declinado toda pretensión respecto de Magdalena, como marido, ¿puedes y quieres aspirar a otra cosa? Sin embargo, sigues amándola. No eres digno de censura, porque un afecto como el tuyo no es censurable; pero no estás en buen terreno, porque un callejón sin salida a ninguna parte conduce.

Pero en tanto que se trataba de poner en ejecucion la salida, Sarcano Turco con saber que el ejército de los Catalanes estaba dentro de la Ciudad, se atrevió á correr su vega llevando á sangre y fuego cuanto se le puso delante.

Para abreviar, amigo mío: á los diez y siete días de nuestra salida de Santander volvimos á fondear en las Atarazanas, después de habernos equivocado en todos los puertos de la costa, y sin poder tropezar con el que íbamos buscando.

Aunque el sueño y la fatiga del viaje le rendían, no se recogió Tirso aquella noche sin escribir una larga carta, que acaso tuviera relación con la salida que hizo por la tarde. Mientras doña Manuela y Leocadia acostaban al padre, él se puso a escribir.

No hubo más remedio que meter apresuradamente la ropa en los baúles y salir disparados a la estación. Sólo cuando el silbido de la locomotora anunció la salida y comenzaron a correr por las llanuras áridas que rodean a Madrid se calmaron un poco los nervios de la excitada niña.

Los únicos acontecimientos que sacudían de vez en cuando su letargo, eran la entrada o salida de cualquier barco importante, la muerte de una persona conocida, una letra protestada, el empedrado de algunas calles, la avería de algún cargamento, el alijo de un contrabando, la limpieza del muelle. El baile de confianza que se dará el jueves en el Liceo.

Se comprende: ¿qué figura quieren ustedes que haga toda esa gente salida, la mayor parte, de una trastienda?

¡Alberto!... ¡Pequeño mío!... Soy yo, tu abuela; ¿no me conoces?... Vendré á verte todas las noches.... ¡todas las noches! En la representación siguiente lloró menos. A la salida, habló con el hombre de la puerta con cierta familiaridad, como si ella también fuese de la casa. ¿Ha visto usted qué bien «trabaja» mi nieto?...

Aplaudía la gente, gritaban los más entusiastas y nerviosos, rugía la música, y en medio de este estruendo, que iba esparciéndose por ambos lados, desde la puerta de salida hasta la presidencia, avanzaban las cuadrillas con una lentitud solemne, compensando lo corto del paso con el gentil braceo y el movimiento de los cuerpos.