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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Entendía este Manacica alguna cosa del idioma de los Chiquitos, era de buen entendimiento, cuanto cabe en un bárbaro; observaba con atención las ceremonias sagradas, la forma de bautizar, el ponerse de rodillas delante de la santa cruz, el levantar las manos al cielo, las preces sagradas que muchas veces al día entonaba el santo varón en voz alta; y pareciéndole todo conforme á su genio y á la razón, procuraba hacer lo mismo.
Además, cuando se hallaba entre amigos de confianza, osaba poner algunos reparos al texto de las Sagradas Escrituras, en el cual encontraba ciertas contradicciones de bulto. Hasta se decía que en cierta ocasión, de sobremesa con varios sacerdotes, los había puesto en grave aprieto hablando del Génesis.
La solicitud con que nos atendemos, es mayor que el celo que os inflama. No nos convencerás nunca de que las llagas de Cristo deben dolernos más que las piernas enfermas de mi padre. Tu padre morirá, y las sagradas heridas continuarán, por los siglos de los siglos, manando raudales de divina gracia. Y a propósito de padre, yo también quería hablarte de él, porque sé lo que tiene.
El padre Venancio y el padre Antolín se querían tan entrañablemente como dos hermanos, se entiende como dos hermanos que saben quererse y no andan al morro por centavo más o menos de la herencia. En el mismo día habían entrado en el convento, juntos pasaron el noviciado y el mismo obispo les confirió las sagradas órdenes.
Cada día experimentamos continuado en nuestros Monarcas este católico celo, y cuando el infalible testimonio de las Escrituras Sagradas convencen su rebeldía, ni los castigos bastan para derribar su protervia, Pertinax genus hominum in sua perfidia. Non tot enim viri feminæ que jacerent Pagina si prius luce potita foret.
Mientras se hallaba ocupado en estas reflexiones, resonó un golpecito en la puerta del estudio, y el ministro dijo: "Entrad" no sin cierto temor de que pudiera ser un espíritu maligno. ¡Y así fué! Era el anciano Rogerio Chillingworth. El ministro se puso en pie, pálido y mudo, con una mano en las Sagradas Escrituras y la otra sobre el pecho. ¡Bienvenido, Reverendo Señor! dijo el médico.
Es tan fácil, señores, hacer cambiar mis resoluciones más sagradas como hacer balancear una espiga... Volví, pues, a Krakowitz... Y, volví otra vez, y otra vez...
Por aquel tiempo, algunos piadosos españoles, recogiendo de los vecinos de Tarija algunas limosnas, enviaban todos los años un copioso socorro á la cristiandad de los Chiquitos y á los Misioneros lo necesario para celebrar el santo sacrificio de la misa, y hacer con toda la devoción posible las funciones sagradas.
Decíame con tristeza, al ver las reliquias sagradas: «El clero católico-romano ha puesto siempre el mayor esmero en conservar intactos cuantos objetos pueden figurar como símbolos del cristianismo, al mismo tiempo que ha olvidado casi completamente, desde el siglo V, la sustancia, el espíritu, la mansedumbre y el desinteres de esa admirable religion.
Las verdades sobrenaturales están incluidas en las Sagradas Escrituras, así del Viejo, como del Nuevo Testamento, y en las tradiciones de los Apóstoles propagadas hasta nosotros.
Palabra del Dia
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