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Actualizado: 12 de junio de 2025
Cuando había estreno de algún drama o comedia muy aplaudidos en Madrid, en el palco de Ronzal se discutía a grito pelado y solía predominar el criterio de un acendrado provincialismo, que parecía allí lo más natural tratándose de arte. No había salido de Vetusta ningún dramaturgo ilustre, y por lo mismo se miraba con ojeriza a los de fuera.
Por más que Crespo encargó el secreto más absoluto a todas las personas que tuvieron que intervenir en el triste negocio, no se sabe cómo, aunque se sospecha que por culpa de Ronzal, pronto corrió por Vetusta el rumor de lo cierto. Petra y Ronzal habían sido los indiscretos.
«¡Oh, a él, a don Álvaro Mesía le pasaba aquello! ¿Y el ridículo? ¡Qué diría Visita, qué diría Obdulia, qué diría Ronzal, qué diría el mundo entero! »Dirían que un cura le había derrotado. ¡Aquello pedía sangre!
Ahora búsquela usted sin h exclamó don Frutos, ya muy serio, queriendo tomar un continente digno en el momento de la victoria. Ronzal estaba como un tomate. Miró a Mesía, que fingió estar distraído. Por fin Trabuco, dispuesto a jugar el todo por el todo, se puso en pie en medio de la sala y cogió bruscamente el diccionario de manos de Orgaz, que creyó que iba a arrojárselo a la cabeza.
Pues Ronzal, aunque se llama conservador y quiere la unidad católica y otros principios que contiene nuestra política, no es buen cristiano, no lo es como se necesita que lo sea el marido de una Carraspique. Aquel calor con que defendía los intereses espirituales de la familia, les llegaba al alma a los amos de la casa. Ronzal fue desahuciado. El Magistral habló todavía de otros asuntos.
Aunque pasaba la vida propalando los rumores maliciosos que corrían acerca del origen de la regular fortuna que se atribuía al Presidente, él, Ronzal, no creía que ni un solo céntimo hubiese adquirido de mala fe. Ronzal era reaccionario dentro de la dinastía y Mesía, dinástico también, figuraba como jefe del partido liberal de Vetusta que acataba las Instituciones.
En cambio los de la bolsa de don Álvaro saludaban a los Vegallana; sonreían a la Marquesa, asestaban los gemelos a Edelmira y hacían señas al Marqués, y a Paco, que solían visitar aquel rincón comm'il faut. También esto lo envidiaba Ronzal, que era amigo político de Vegallana; pero trataba poco a la Marquesa.
Ronzal, de la comisión que recibía a las señoras, se apresuró, en cuanto asomaron los de Quintanar en el vestíbulo, a ofrecer a la Regenta su brazo. ¿Cuál? «el derecho, sin duda el derecho pensó». Grande fue su pena al notar que Paco Vegallana ofrecía a Olvido Páez que entraba al mismo tiempo, no el brazo derecho, sino el izquierdo.
Y algunos, más ingenuos, confesaban la penuria de su presupuesto, maldecían de las exigencias sociales... y se reservaban para «última hora». Porque a última hora bailaban, pese a Ronzal, los de levita, los de jaquet y hasta los de cazadora. «¡No faltaba más!». Saturnino Bermúdez, que tenía frac, y clac y todo lo necesario, llegó un poco tarde al salón. Se detuvo en una puerta... y... tembló.
¿Pero a usted quién le ha dicho?... Palabra de... quiero decir... yo no sé... yo niego.... Es usted un mentecato y un hablador insustancial ¿Cree usted que asuntos tan serios se vienen a tratar al café? ¿Ven ustedes? Lo que yo decía gritó Foja triunfante sin hacer caso de los insultos. Ronzal negó, se obstinó en callar; pero se conocía que le costaba grandes esfuerzos.
Palabra del Dia
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