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Actualizado: 24 de junio de 2025


Comparolo a grandes grupos de bollos, pegados unos a otros por el azúcar; después de mirarlo mucho por segunda vez, comparolo a una gran escultura de perros y gatos que se habían quedado convertidos en piedra en el momento más crítico de una encarnizada reyerta. Sentémonos en esta ladera dijo y veremos pasar los trenes con mineral, y además veremos esto que es muy curioso.

Por el asunto más baladí armaba una reyerta, se enfurecía y concluía por maltratarla. Soledad se encerraba en su cuarto, lloraba un rato y volvía al cabo á él más sumisa y más enamorada que antes. Fuerza es declarar que el guapo no solía excederse en estos castigos, como otros: ni la hería ni la dejaba casi nunca señales ó cicatrices.

Al atravesarla sentí el ruido que cerca producía la citada reyerta entre los licenciados y los suizos; oíase lejana algazara, y al extremo de largo callejón vi algunas mujeres que corrían gritando.

La reyerta primero, la inquietud después y ahora un poco de irritación y despecho, le habían agitado demasiado para poder concentrar su atención. Además, hallándose escribiendo creyó percibir en la habitación contigua cierto ruido especial, como de un baúl que se arrastra.

Allí se trabaron las primeras disputas de las cuales hicieron luego escandalosa síntesis los autores respectivamente de los dos célebres libros <i>Diccionario manual</i> y <i>Diccionario crítico-burlesco</i>, ambos signo claro de la gran reyerta y cachetina que en el resto de siglo se había de armar entre los dos fanatismos que ha tiempo vienen luchando y lucharán por largo espacio todavía.

Tristán se puso a maldecir en voz baja y con rabiosa cólera de su mala suerte, pues no traía gorra y le era preciso llegar hasta su casa con la cabeza desnuda. El caballero de la reyerta le miró con expresión de indiferencia y luego, levantándose y tomando de la red una sombrerera, se la presentó abierta diciéndole: Vea usted si ese sombrero le sirve.

Por muchos días habían menudeado los conflictos y las discusiones entre Miguel y Ruperto, acrecentándose su odio, y la reyerta que yo presencié entre ellos en la habitación del Duque no fue más que una de tantas.

Sarto se descubrió a su vez y Flavia dijo, posando su mano sobre mi brazo: Es uno de los caballeros muertos en la última reyerta, ¿verdad? a preguntar de quién es el cadáver que escoltan dije a uno de mis lacayos. Acercóse a los sirvientes que iban delante del féretro, quienes lo dirigieron al enlutado caballero. Es Ruperto Henzar murmuró Sarto.

Doña Lupe cogió por un brazo al cura y se lo llevó consigo temerosa de que se enzarzaran otra vez. En el comedor estaba Maximiliano sentado ya para almorzar. Había oído la reyerta sin dársele una higa de lo que resultara. Allá ellos.

De ello no resultaba más que alguna reyerta fragorosa en que la feroz irlandesa, chapurrando el valenciano, se despachaba a su gusto contra las comadres del barrio, y con mayor encono después contra la causante de aquel disgusto. A todas horas gritaba que iba a meterla en la Inclusa.

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