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Actualizado: 17 de noviembre de 2025


Además, teníamos el cargo de cortar el tocino para el rancho del día, sacar el carbón para el cocinero, las provisiones de la despensa, el pan, el aceite para guisar y para las lámparas y el agua. Los cinco vascos nos conocíamos unos a otros como si fuéramos hermanos.

El comisario de la Presa empezaba á sentirse inquieto por estas visitas y á vivir mal, temiendo todas las mañanas la denuncia de algún robo... Pero transcurrían los días sin que se alterase la paz del pueblo y sus alrededores. En el rancho de Manos Duras se mataban y desollaban reses, vendiendo carne el gaucho á toda la comarca.

Sus casas no son más que un Rancho de paja dentro de los bosques, unos en una parte y otros en otra, sin orden ni distinción; y ni aun eso tienen los Payaguás, los cuales nunca están fijos en un lugar, y cada noche hacen alto en diverso paraje; por lo cual no usan de otra casa que una pequeña estera, para repararse del viento, y en lo demás duermen al descubierto.

En el primero compra vajilla y lámparas, y en el segundo le da vueltas y revueltas á latas y frascos, cuyos rótulos no entiende, pero que no implica para que mande encajonar un buen provisto rancho.

Escríbeme; mira que estoy dispuesta a ir hasta el rancho de los Cedros a encontrar al mozo, para que me las cartas y los encargos. ¡Imagínate qué pena tendré si no me escribes! Ya es muy tarde: acaban de dar en el reloj de la sala las doce de la noche, y no puedo seguir escribiendo.

En efecto, el hombre acababa de salir del rancho y avanzaba hacia el toro. Traía el palo en la mano, pero no parecía iracundo; estaba muy serio y con el ceño contraído. El animal esperó a que el hombre llegara frente a él, y entonces dió principio a los mugidos con bravatas de cornadas.

Hambre, humillación, vicios adquiridos, todo se borró en un segundo ante las ratas que salían de todas partes. Y cuando volvió por fin a echarse, ensangrentado, muerto de fatiga, tuvo que saltar tras las ratas hambrientas que invadían literalmente el rancho.

Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y a los quince años de su edad su abuela putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es adonde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende.

El joven tenía en un hombro de su blusa una mancha negra, que iba agrandándose; pero se incorporó, contestando con pálida sonrisa: Poca cosa: un rasguño nada más. Don Carlos ya no pudo ocuparse de él. Necesitaba ver lo que había al otro lado del rancho, é hizo avanzar su caballo, dando vuelta á la esquina. No encontró á nadie.

Pues es un consuelo. ¡Cosas de la vida! Aquí no le puede pasar a usted nada. ¡Si le parece a usted poco estar en la cárcel! Eso no deshonra a nadie. Martín se hizo el asustadizo y el tímido, y preguntó: ¿Me traerá usted de comer? . ¿Hay hambre, eh? Ya lo creo. ¿No querrá usted rancho? No. Pues ahora le traerán la comida. Y el carcelero se fué, cantando alegremente.

Palabra del Dia

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