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Las monjas han descendido del tren. Y se han perdido a lo lejos, con una maleta raída, con dos saquitos de lienzo blanco, con un paraguas viejo... Este viejo por la mañana había venido a traer un sobre grande en que decía: Señor don Lorenzo Sarrió. Sarrió, puesto que era para él, ha abierto el sobre, después que se ha marchado el viejo, y ha visto que dentro había una cartela con un escudo.

30 No tienen en poco al ladrón, aún cuando hurtare para saciar su alma teniendo hambre; 31 tomado, paga siete veces; da toda la sustancia de su casa. 33 Plaga y vergüenza hallará; y su afrenta nunca será raída. 34 Porque el celo sañudo del varón no perdonará en el día de la venganza; 35 no tendrá respeto a ninguna redención; ni querrá perdonar, aunque multipliques el cohecho.

Un paso mas en la callejuela, y os codea la tentadora sevillana ó madrileña de opiniones...muy despreocupadas, guiñándoos un ojo negro y candeloso capaz de tentar al diablo mismo si no tiene juicio; en tanto que al pié de cada muro veis una fila de mendigos lamentables, rascando sin piedad ó punteando una raida guitarra para producir un ruido que punza los nervios, acompañamiento de la usual frase: una limosna por amor de Dios.

El obrero sin trabajo, al volver a su frío tugurio, donde le aguardaban los ojos interrogantes de la hembra enflaquecida, dejábase caer en el suelo como una bestia fatigada, después de su carrera de todo un día para aplacar el hambre de los suyos. «¡Pan, panle decían los pequeñuelos esperando encontrarlo bajo la blusa raída.

Celedonio ceñida al cuerpo la sotana negra, sucia y raída, estaba asomado a una ventana, caballero en ella, y escupía con desdén y por el colmillo a la plazuela; y si se le antojaba disparaba chinitas sobre algún raro transeúnte que le parecía del tamaño y de la importancia de un ratoncillo.

Así anduvo nuestro buen hombre por los años de 1720 y 24 y era muy frecuente encontrarlo por la mañana y tarde, ya en el monte del Baratillo, bien junto á una puerta, ó bien en medio de una plazuela rodeado de muchachos á los cuales daba enseñanza, y tan de la confianza de algunos fué haciéndose Toribio con paciencia y dulzura, que las horas en que tenía costumbre de dar su lección, poníase en el extremo de una calle ó plazoleta y allí sacaba de debajo de su capa raída y sucia una campanilla que agitaba con fuerza, y á su toque se veían de distintas partes acudir á los niños, que más de una vez dejaban instintivamente el juego para rodear al pobre montañés y escuchar sus toscas palabras.