Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 8 de julio de 2025
Entonces, Ramiro, cubriéndose con su rodela, y ebrio de sanguinario furor, comenzó a repartir estocadas en el tumulto, sintiendo, a cada golpe, el crujido de las ropas y la blandura de los cuerpos que recibían la punta como pellejos de vino. Nadie gritaba. Era una escena muda. Los que caían se quejaban apenas con el aliento.
Hay que despertar, antes de que nos veamos maniatados mientras dormimos. ¡Ay del que encontremos enfrente de nosotros!... Desnoyers sintió la necesidad de contestar á estas arrogancias. El no había visto nunca el círculo de hierro de que se quejaban los alemanes. Lo único que hacían las naciones era no seguir viviendo confiadas é inactivas ante la desmesurada ambición germánica.
Eran los agentes que habían intentado examinar los bolsillos del gigante después de haber registrado toda la Galería en busca de Ra-Ra. Algunas de ellas tenían manchas de sangre en el rostro y en las ropas; otras, sentadas en el suelo, se quejaban de tremendos dolores en sus miembros. Pero estos dolores, así como la sangre, eran una consecuencia de las caídas que habían dado al huir del gigante.
En resumen, amigo Luna: esto está muerto... pero bien muerto. Aún no hemos desaparecido; nos ven, pero es de cuerpo presente. Las lamentaciones del maestro de capilla no sorprendieron a Gabriel. Todos en la catedral se quejaban de la vida mísera y sórdida que arrastraba el culto.
Mientras ellas se quejaban amargamente de los estragos que los años iban causando en su figura y su salud, pensaban que su hermano había detenido el curso de las horas, había hallado un elixir para mantenerse eternamente joven. Manuel Antonio era metódico en sus visitas. Había unas cuantas casas a las cuales asistía diariamente y siempre a la misma hora.
Los trabajadores se quejaban con razón. Y las tertulias de los ricos, transcurrían en una continua pelea entre los propietarios de los dos bandos. Su vida de holganza habíase paralizado.
Yo todavía me estaba debajo de la cama quejándome como perro cogido entre puertas, tan encogido que parecía galgo con calambre. Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces salí de donde estaba y subíme a mi cama, preguntando si acaso les habían hecho mal. Todos se quejaban de muerte.
Había caído trabajo extraordinario ¿eh?... De seguro que el día anterior, al ir a Jerez, había ganado algunas pesetillas diciendo la buenaventura o proporcionando polvos mágicos a las chavalas que se quejaban del desvío de sus amantes. ¡Ah, vieja bruja! Parecía imposible que tuviese tanto pesquis con una cara tan fea...
Recosían unas mujeres sus ropas; otras, patiabiertas dentro de sus batones sucios y repantingadas en pobres sillones de lona, se agarraban con las manos a lo más alto del respaldo. Algunas se quejaban de dolores en el brazo que había recibido la vacunación. Los árabes permanecían acurrucados en el caramanchel de las escotillas, mirando el mar con expresión pensativa... sin pensar en nada.
Palabra del Dia
Otros Mirando