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Actualizado: 26 de junio de 2025
Aunque su bigote no tiene canas, se adivina fácilmente que está teñido: su rostro es el de un hombre que anda cerca de los sesenta: fisonomía bonachona, ojos saltones que se mueven con viveza, como los que poseen un temperamento observador. Viste con elegancia y manifiesta extraordinaria pulcritud en toda su persona. Al ver en la puerta a nuestra bellísima dama, la tertulia se conmovió.
Abriendo una mampara negra, entraron en el despacho, pieza empapelada de obscuro, con estantes de carpetas verdes y grandes cromos franceses de santos y santas, que parecían acicalados y perfumados para asistir a un baile. Allí, tras la mesa-ministro, sobre la cual todo estaba arreglado con nimia pulcritud, mostrábase el famoso banquero. Tónica experimentó una decepción.
Los letranistas se distinguían por ir casi todos vestidos á la filipina, más numerosos y menos cargados de libros. Los de la Universidad visten con más esmero y pulcritud, andan despacio y, en vez de libros, suelen llevar un baston.
El piso era de maderas ensambladas, las colgaduras magníficas, cómodo y lujoso el mueblaje; todo acusaba mucho dinero. La mesa indicaba orden, gran pulcritud y poca labor: cuanto había sobre ella estaba bien colocado; pero sin que se notase en nada la confusión, propia del trabajo continuo.
La tal señora tenía la manía de la limpieza, y cada dos días, al frente de sus criadas y con el esfuerzo de la asistenta, ponía en revolución sus habitaciones, apreciando con honda simpatía a la Isidra por el brío con que apaleaba las alfombras, frotaba las maderas y sacudía un polvo imaginario que parecía haber huido para siempre, asustado de esta rabiosa pulcritud.
Por un refinamiento algo sibarítico, no fue el hortelano, ni su mujer, ni el chiquillo del hortelano, ni ningún otro campesino quien nos sirvió la merienda, sino dos lindas muchachas, criadas y como confidentas de Pepita, vestidas a lo rústico, si bien con suma pulcritud y elegancia.
Causa admiracion el extraordinario aseo de las casas en su interior y exterior, de las calles, los muelles y todos los edificios y lugares públicos; y es tal el prestigio de esa pulcritud que aun las casas mas viejas, pintadas con esmero y lustrosas, parecen acabadas de edificar.
Febrer llegó a casa de «la Papisa»: un zaguán semejante al suyo, aunque más cuidado, más limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le abrió la puerta una criadita pálida, vestida con el hábito azul de una cofradía y cordón blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de sorpresa al reconocer a Jaime.
No creía en los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su patria. En verano prefería los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres. La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la corrección, y el peligro en la exageración adocenada.
Después de publicar Becquer sus admirables Rimas, que han hallado eco en todas las almas, y Nuñez de Arce sus robustas inspiraciones, que ya saben de memoria todas las personas de buen gusto, la poesía que consiste en la pulcritud, en el aseo, por decirlo así, de los versos, ha muerto ya y está enterrada para siempre.
Palabra del Dia
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