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El Paseo Grande era ya todo perfumes, frescura y cánticos al amanecer. Los pájaros, saltando de rama en rama preparaban los nidos para los huevos de Abril; se diría que eran tapiceros de la enramada que adornaban los salones del Paseo Grande para las fiestas de la primavera. Empezaba Marzo con calores de Junio; desde muy temprano calentaba y picaba el sol.

Desnoyers había subido á lo más alto de uno de sus torreones y con los anteojos exploraba el campo. No alcanzaba á distinguir la carretera; sólo veía los grupos de árboles inmediatos. Adivinó con la imaginación debajo de este ramaje una oculta actividad: masas de hombres que hacían alto, tropas que se preparaban para el ataque.

Avanzaron á marcha forzada por él, y llegando á la peña de Sobeyana se detuvieron. Era el sitio más á propósito para la siniestra emboscada que preparaban. Ocultos entre los avellanos y nogales que guarnecían el camino esperaron. No se tardó media hora sin que llegasen á sus oídos los ¡ijujús! de los del Condado, que regresaban los primeros á sus casas henchidos de alegría y orgullo.

Preparaban en una plaza el combate de un toro con un león y un tigre de cierto domador famoso, y el ganadero envió a Barrabás, animal perverso al que tenía aparte en la dehesa, pues andaba a cornadas con los compañeros y llevaba muertas muchas reses. También vi yo eso decía el de Moraima . Una gran jaula de jierro en medio del reondel, y Barrabás en ella.

Pero volvamos a nuestra nave, cuya tripulación, a pesar del grito de los australianos, que aún resonaba en el espacio como una fúnebre amenaza, se preparaban a la pesca. La nave estaba fuertemente anclada, como ya hemos dicho. Había puesto la proa mirando a la boca de la bahía, dispuesta, en caso de peligro, a abandonar aquellos parajes.

Murió pobre, y dejó una familia de pueblos. México tenía mujeres y hombres valerosos que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años.

A lo mejor pasaban corriendo, con la celeridad del espanto, mujeres, niños y rebaños, y tras ellos los hombres, que preparaban sus armas mirando inquietos el horizonte. Poco después asomaba en el último término de la Pampa una nube de polvo.

Brillaban los cascos y corazas de numerosos escuadrones y las voces que dieron y el toque de las cornetas y atabales indicaron también que habían descubierto el refugio de sus enemigos y que se preparaban para el ataque.

Salió al claustro, y puesto de codos en la barandilla contempló el jardín. Las Claverías parecían desiertas. Los niños que las animaban al comenzar el día estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas, preparaban la comida. En todo el claustro no había otra persona que él.

Hasta los otros espadas, con generoso compañerismo, le preparaban el toro para que acabase con él rápidamente. Pero Gallardo parecía ciego y sordo; sólo veía al animal para echarse atrás a la más leve de sus acometidas, como si el reciente revolcón le hubiese enloquecido de miedo.